(Pedimos disculpas a nuestro lectores: una prolongada falla de internet impidió actualizar este blog durante cinco semanas. Publicamos a continuación en forma continua los artículos que debieron aparecer durante ese lapso)
EL DESTINO MANIFIESTO
Dos
Integraciones
La cuestión no es si América Latina y el Caribe se integrarán: la cuestión es si lo harán bajo el signo de la fraternidad o el del coloniaje. Así como el proyecto más generalizado y persistente de Nuestra América desde que se plantea la Independencia es el de integrarse, el plan más continuo de la América anglosajona es el de dividirnos en fragmentos económicos, sociales, políticos, estratégicos y culturales reservados para su dominación. Para ejercer a plenitud su hegemonía sobre el mundo, Estados Unidos necesita adueñarse casi en exclusiva de nuestros recursos naturales, nuestra fuerza laboral, nuestros Estados, ejércitos y creación cultural.
Congreso en Verona
En otoño de 1822 las monarquías europeas reúnen delegados en Verona para considerar un plan
de intervención militar en gran escala que devuelva a España sus dominios
americanos. Gran Bretaña espera que éstos caigan bajo su hegemonía mediante el predominio
comercial que le asegura su inmensa flota; manifiesta su desacuerdo con la
intervención y se retira del Congreso, lo cual clausura el proyecto. En marzo del año siguiente, el
primer ministro George Canning advierte a Francia que Inglaterra no toleraría
la adquisición de nuevas colonias francesas en América; en agosto propone a
Estados Unidos una declaración conjunta de oposición a la reconquista o
adquisición de nuevas colonias americanas por las potencias europeas. La
exclusión de estas últimas permitiría a Gran Bretaña y Estados Unidos una
hegemonía sin competencia en el Nuevo Mundo.
El proyecto es de tal interés para los estadounidenses, que el presidente James Monroe se adelanta a formular una declaración unilateral en tal sentido el 2 de diciembre de 1823, en su séptimo mensaje anual al Congreso. Dicho texto, en primer lugar, excluye la intervención en América de cualquier potencia europea, sin dispensar a los británicos: “Afirmamos, como un principio en que los derechos e intereses de los Estados Unidos están involucrados, que los continentes americanos a raíz de haber asumido y de mantener su condición libre e independiente no deben ser considerados como sujetos de futuras colonizaciones por cualquier potencia europea”. Tal interdicto contra Europa lo lleva a declarar que “consideraríamos cualquier intento suyo de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio como peligro para nuestra paz y seguridad”. Y añade que “Igualmente, y por las mismas razones, es imposible que nosotros tomemos tal interposición con indiferencia”(Steele Commager, Henry, editor: Documents of American Heritage: Appleton-Century-Crofts, Inc. Nueva York, 1958, p.235).
La velada amenaza de declaración de guerra reserva el espacio de un hemisferio para los intereses de la potencia que lo formula, pero en manera alguna garantiza la inmunidad continental. Estados Unidos la maneja de acuerdo con sus intereses, y la condiciona a que otros asuman la tarea de defenderlos. En 1849 se limita a protestar contra la anexión por Inglaterra de la Costa de Mosquitos en Nicaragua, y a requerir el apoyo de Brasil, el cual adhiere a la protesta estadounidense, pero deja en claro que no participaría en una guerra y se reserva su “facultad de obrar conforme a sus intereses y a la dignidad de la Corona Imperial”. Asimismo, en 1861 Estados Unidos se limita a manejar vagos planes de intervención contra la invasión francesa de México; pero no los activa porque su secretario de Estado W.H. Seward tampoco consigue el apoyo del emperador don Pedro II del Brasil, el cual, aunque no aprueba la intervención de las fuerzas de Napoleón II, no considera entre los intereses brasileños embarcarse en la contienda. (Moniz 2003, 145). (Moniz Bandeira, Luiz Alberto: “Brasil, Estados Unidos y los procesos de integración regional”, Nueva Sociedad, julio-agosto 2003, p. 145). De igual modo permanece inactivo Estados Unidos en 1981 ante la intervención armada del Reino Unido contra Inglaterra para retener la ocupación de las Islas Malvias.
El Destino Manifiesto
Que la doctrina Monroe está enfilada contra las potencias europeas sólo para preservar la dominación estadounidense del Nuevo Mundo lo declara sin ambages Johhn Quincy Adams, en ese entonces secretario de Estado de James Monroe, en su carta de 28 de abril de 1823 al embajador estadounidense en España, Hugh Nelson. Refiriéndose a Cuba y Puerto Rico, para ese entonces bajo el coloniaje español, declara Adams que “debido a su posición natural, estas islas son apéndices naturales del continente norteamericano y una de ellas, casi visible desde nuestras costas, se ha convertido, desde múltiples consideraciones, en un objeto de trascendental importancia para los intereses comerciales y políticos de la Unión”. Tras detallar codiciosamente las ventajas de Cuba, tales como el amplio y seguro puerto de La Habana y sus pingües productos, concluye Adams que “es casi imposible resistirse a la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuidad y la integridad de la Unión misma”. La extensión de la hegemonía comienza a ser invocada como indispensable para la subsistencia estadounidense; y a pesar de que Adams reconoce que “existen numerosas y formidables objeciones acerca de la extensión de nuestros dominios territoriales hacia ultramar”, afirma que “tanto como existen leyes de la gravitación física, existen leyes de la gravitación política y si una manzana, separada de su árbol originario por una tempestad tiene que caer inevitablemente al suelo, entonces Cuba –desunida por la fuerza de su propia conexión antinatural con España e incapaz de mantenerse a sí misma- sólo puede gravitar hacia la Unión Norteamericana, la cual, en virtud de esa ley de la naturaleza, no puede expulsarla de su seno” (Commager, 237). La ley de la naturaleza se invoca para excusar el colonialismo sin ley.
EL PANAMERICANISMO
Intervencionismo
Desde sus orígenes, el coloso norteño no
descuida ejercer por la diplomacia o la violencia una política intervencionista
y expansionista. Durante la Independencia latinoamericana asume una
acomodaticia actitud de no intervención mientras permite que sus naves
contrabandeen armas y suministros para los ejércitos de la monarquía española en el Nuevo Mundo. Ejerce todas las iniciativas para bloquear el Congreso de Panamá; se
opone diplomáticamente a los planes de Bolívar de liberar Cuba y las Antillas,
invade México en 1848, le arrebata más de la mitad de su territorio e
interviene en varias oportunidades en las repúblicas latinoamericanas y del
Caribe para hacer prevalecer sus intereses y derrocar gobiernos nacionalistas.
Uncido el Sur de Estados Unidos a las leyes proteccionistas del Norte y a la venta en baratillo de productos agrícolas y pecuarios, Washington se apresta a disputarle a Inglaterra la dominación comercial que ejerce sobre gran parte de América Latina y el Caribe. El secretario de Estado James G. Blaine promueve la I Conferencia Panamericana, que se celebra en la capital norteña entre 1889 y 1890 con representantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, el Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Los delegados son paseados por las principales ciudades industriales del anfitrión, para que aprecien el poderío de sus fábricas y su evidente necesidad de disponer de mercados sin trabas. El encuentro se realiza simbólicamente en Washington, pero las reuniones sucesivas eligen escenarios menos evidentes.
Sobre este “Congreso Internacional de
Washington” que se inicia en 1889, comenta ásperamente José Martí, deslindando
los campos que se quiere confundir con la expresión de “Panamericanismo”: “¿Y
han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo,
o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el crédito
y respeto de naciones, antes de que ose demandarles la sumisión el vecino a
quien, por las lecciones de adentro o
las de afuera, se le puede moderar la voluntad, o educar la moral política,
antes de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de echarse, por la
razón de estar en un mismo continente, sobre pueblos decorosos, capaces,
justos, y como él, prósperos y libres?” (Martí: “Congreso Internacional de
Washington” La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889, NA, p.
57). Pasa más de un siglo sin que esta arenga pierda vigencia.
Y en efecto, desnuda José
Martí el turbio ambiente de maniobras internacionales y golpes de fuerza que
Estados Unidos maneja mientras convoca a sus víctimas para decorativos debates:
“En tanto, el gobierno de Washington se prepara a declarar su posesión de la
península de San Nicolás, y acaso, si el ministro Douglas negocia con éxito, su
protectorado sobre Haití: Douglas lleva, según rumor no desmentido, el encargo
de ver como inclina a Santo Domingo al protectorado: el ministro Palmer negocia
a la callada en Madrid la adquisición de Cuba: el ministro Migner, con
escándalo de México, azuza a Costa Rica contra México de un lado y Colombia de
otro: las empresas norteamericanas se han adueñado de Honduras: y fuera de
saber si los hondureños tienen en la riqueza del país más parte que la
necesaria para amparar a sus consocios y si está bien a la cabeza de un diario
del gobierno un anexionista reconocido: por los provechos del canal, las
visiones del progreso, están con las dos manos en Washington, Nicaragua y Costa
Rica; un pretendiente a la presidencia hay en Costa Rica, que prefiere a la
unión de Centroamérica la anexión a los Estados Unidos: no hay amistad más
ostensible que la del presidente de Colombia para el congreso y sus planes:
Venezuela aguarda entusiasta a que Washington saque de la Guayana a Inglaterra,
que Washington no se puede sacar del Canadá: a que confirme gratuitamente en la
posesión de un territorio a un pueblo de América, el país que en ese mismo
instante fomenta una guerra para quitarle la joya de su comarca y la llave del
golfo de México a otro pueblo americano: el país que rompe en aplausos en la
casa de representantes cuando un Chipman declara que es ya tiempo de que ondee
la bandera de las estrellas en Nicaragua como un Estado más del Norte.” (Martí: “Congreso Internacional de
Washington” La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889, NA, p.57).
La sombra de Monroe y la de su
bandera pesan desde entonces sobre Nuestra América.
Eres el futuro invasor
José
Vasconcelos increpa duramente la organización surgida del Congreso
Internacional de Washington de 1889, afirmando que: “El despliegue de nuestras
veinte banderas de la Unión Panamericana de Washington deberíamos verlo como
una burla de enemigos hábiles. Sin embargo, nos ufanamos, cada uno, de nuestro
humilde trapo, que dice ilusión vana, y ni siquiera nos ruboriza el hecho de
nuestra discordia delante de la fuerte unión norteamericana. No advertimos el
contraste de la unidad sajona frente a la anarquía y soledad de los escudos
iberoamericanos” (José Vasconcelos: “El mestizaje”, Obra selecta,
Biblioteca Ayacucho, Caracas 1992, pp 89-90). Podemos comparar la falta de
prevención de los concurrentes a dichas conferencias con la de los ostiones
convidados por la morsa a un banquete donde serán devorados, en Alicia en el
País de las Maravillas de Lewis Carroll.
La conferencia mueve un aparato de
propaganda periodística tan intenso que
desorienta a intelectuales como Rubén Darío, el cual le dedica a la
Unión Panamericana su poema “Salutación al Águila”, del cual abjura en su
magnífica y deprecatoria “Oda a Roosevelt”: “Eres los Estados Unidos/ eres el
futuro invasor”.
Todo
principio de conquista queda excluido
Sobre los acuerdos de la Conferencia,
apunta en 1912 Francisco García Calderón que “Con excepción de Chile, aprueba
América las conclusiones del proyecto de Mr. Blaine: todo principio de
conquista queda excluido del derecho público americano mientras conserve su
fuerza el Tratado general de arbitramento; serán nulas las cesiones de
territorio que se hicieren mientras dure ese Tratado; si se efectuaren bajo la
amenaza de guerra o como consecuencia de la presión ejercida por la fuerza
armada, la nación obligada a tal cesión de territorio, tendrá derecho a exigir
que se decida, por arbitramento, de su validez; carece de eficacia la renuncia
a recurrir a ese medio pacífico, hecha en las mismas condiciones de violencia
armada” (García Calderón, Francisco: “La creación de un continente”, en: Las
democracias latinas de América, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1979, p. 234).
El canal de Panamá
Unión
aduanera
Y sin embargo, los resultados del evento
no resultan del todo al gusto de Washington. Éste no reúne consenso para la otra propuesta fundamental
de Blaine: la unión aduanera en una zona que abarcaría toda América. Ésta
dejaría a los países latinoamericanos sin una de sus principales fuentes de
ingresos y sin posibilidad de establecer medidas proteccionistas ante las
mercancías estadounidenses, y afectaría las todavía estrechas relaciones con
Inglaterra, Francia y Alemania (Boersner, Demetrio: Relaciones
internacionales de América Latina; Nueva Sociedad, Caracas, p.141). Se anticipan en más de un siglo a la
resistencia contra el ALCA, que luego dejarán sin efectos entreguistas políticas de exención tributaria para las
transnacionales.
Una
creación imperialista
Entre proclamaciones formales sobre
fraternidad y cooperación continental,
la Conferencia suscribe otros
acuerdos relativos a materias económicas, comerciales y legales y aprueba la
creación de una Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas con sede en
Washington, sobre la cual comenta García Calderón que “ha inquietado a nuestras
democracias este órgano administrativo, que parece ser una creación
imperialista, una oficina centralizadora, como el Ministerio de las Colonias,
en la obra de Mr. Chamberlain” (García Calderón 1979, 234). La conferencia que delibera en Buenos Aires en 1910 la oficializa como Unión de Repúblicas
Panamericanas, la cual adopta a la Unión Panamericana como órgano.
Así avalados los planes de la gran potencia, ésta pasa a su realización. Apenas una década después de la Conferencia de 1890, Estados Unidos interfiere en la guerra de liberación de los patriotas cubanos contra España, somete a Cuba a la soberanía restringida de la enmienda Platt, anexa Puerto Rico y las Filipinas, apoya la secesión de Panamá para reservarse el dominio sobre la construcción y administración del canal transoceánico, interpone sus oficios diplomáticos para mediar en el bloqueo impuesto a los puertos venezolanos en 1902 por las flotas de Inglaterra, Alemania e Italia con el pretexto de cobrar por la fuerza la deuda externa. Las proclamaciones teóricas del panamericanismo cristalizan en prácticas de tutela de la soberanía, conquista territorial e injerencia en las relaciones internacionales.
Policía de garrote y dólar
Tras convertir la intervención en los países latinoamericanos en práctica consuetudinaria, en 1906 Theodore Roosevelt postula una suerte de corolario a la doctrina Monroe, afirmando que: “la maldad crónica, o una impotencia que resulta en un aflojamiento general de los vínculos de la sociedad civilizada, en América como en otras partes, últimamente puede requerir la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos, aun con renuencia, al ejercicio de una política policial internacional”(Marini, Ruy Mauro:América Latina: democracia e integración; Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1990, p. 97). Roosevelt había resumido su política externa en la máxima: “Habla bajito y lleva un gran garrote”. Desde entonces, sobre América Latina y el Caribe no cesan de llover estacazos.
Nuestra América
Contra el panamericanismo que intenta
confundir integración y coloniaje y fundir en un mismo concepto hegemonía y sumisión,
debemos oponer el preciso apelativo de José Martí: Nuestra América. Hay en efecto una América de orígenes indígenas,
africanos e ibéricos, e incluso cimentada en las complejas hibridaciones
caribeñas, distinta y contrapuesta económica, política, social y culturalmente
a la anglosajona. A cada una de sus agresiones debemos oponer un nítido
deslinde.
OEA Y CEPAL
Dólar y cañoneras
El diluvio de intervenciones de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe corresponde a una política exterior definida y pertinaz, que los financistas bautizan como “Diplomacia del dólar” y los diplomáticos como “Diplomacia de las cañoneras”, mantenida como regla inflexible durante las administraciones de Theodore Roosevelt, William Howard Taft, Woodrow Wilson y prácticamente todos los presidentes norteños. Sostiene la necesidad de expandir las inversiones estadounidenses en el exterior; el pretexto de que éstas son mutuamente beneficiosas para inversionistas y receptores; la afirmación de que requieren la estabilidad política en una zona de inestabilidad persistente, y la exhortación para intervenir militarmente a fin de garantizar la estabilidad e impedir la intromisión extracontinental en zonas críticas, como las adyacentes al canal de Panamá. El dólar de plata muestra colmillos de acero.
Organización de Estados Americanos
Bajo tales auspicios doctrinarios se
celebran cuatro Conferencias Interamericanas
entre 1901 y 1910. La Primera Guerra
Mundial marca un largo paréntesis, tras el cual se celebra una Quinta
Conferencia en Santiago de Chile en 1923, y otra en La Habana en 1928, bajo los
auspicios del dictador Gerardo Machado.
La Conferencia de Lima sanciona en 1939 la Declaración de Lima, para
convenir la solidaridad entre las naciones en caso de agresión extranjera. Con
este piso defensivo Estados Unidos estabiliza su retaguardia y puede intervenir
desde 1941 sin preocupaciones en la Segunda Guerra Mundial. Tras ésta, la
Conferencia de Santiago de Chile aprueba la convención promovida por el ex presidente paraguayo
Manuel Gondra para prevenir conflictos interamericanos, y la IX Conferencia
Panamericana crea en 1948 la
Organización de Estados Americanos, cuya inauguración en Bogotá coincide con
los aciagos sucesos del Bogotazo, desencadenados por el asesinato del dirigente
popular Jorge Eliécer Gaitán. Como "Ministerio de Colonias de Estados Unidos" calificó el Che Guevara a la OEA, y los hechos no han desmentido su aserto.
Señala Noam Chomsky que las funciones que
la gran potencia le señala a la región latinoamericana quedaron clarificadas en
una conferencia del hemisferio celebrada en febrero de 1945, donde Washington
propuso una “Carta Económica de América” que eliminara el nacionalismo
económico “en todas sus formas”. Añade Chomsky que los planificadores de
Washington se daban cuenta de que no iba a ser fácil imponer este principio,
que los documentos del Departamento de Estado advertían que los
latinoamericanos prefieren “políticas pensadas para mejorar la distribución de
la riqueza y elevar el nivel de vida de las masas “, y están “convencidos de
que los primeros beneficiarios del desarrollo de los recursos de un país deben
ser sus habitantes”, ideas que según Chomsky para los estadounidenses “son
inaceptables” ya que los “primeros beneficiarios” de los recursos de un país
“son los invasores estadounidenses y América Latina cumple perfectamente su
papel de sirvienta mientras no se ocupe más allá de lo razonable del bienestar
general ni de un ‘excesivo desarrollo de la industria’ que podría colisionar
con los intereses norteamericanos” (Chomsky: 1999, 23-24).
Concluida la Segunda Guerra Mundial, se
crea la Organización de las Naciones Unidas, inspirada en el ejemplo de la
inoperante Liga de las Naciones que el presidente George Wilson promovió para
evitar una nueva conflagración mundial. La ONU debió crear varias Comisiones
regionales: su Consejo Económico y Social (ECOSOC) estableció así el 28 de
febrero de 1948 la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), llamada
desde 1985 Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPALC), a fin de no excluir a las repúblicas
caribeñas. Sus tareas fundamentales son:
desarrollar y apoyar las iniciativas que faciliten acciones concertadas para la
rápida solución de problemas económicos; incentivar el desarrollo en América
Latina y el Caribe y ampliar y profundizar las relaciones económicas entre los
países del área; llevar a cabo y financiar estudios e investigaciones sobre los
problemas científicos y tecnológicos de éstos, y cooperar en el planteamiento y
ejecución de políticas coordinadas. También, la promoción de la reforma
monetaria internacional, la transferencia de recursos y el mejoramiento de la
producción agrícola y los niveles de nutrición en el área.
Desarrollo económico y proteccionismo
Desde el inicio de sus funciones la CEPAL sostiene la necesidad del desarrollo económico mediante la industrialización y la sustitución de importaciones; el indispensable papel ductor del Estado en la economía y la conveniencia de la instauración de políticas públicas de estímulo y barreras proteccionistas. El organismo apuntó la conveniencia de incrementar el comercio entre los países de la región, y Raúl Prebisch, uno de sus más connotados colaboradores, sostuvo que “el mercado común responde al empeño de crear un nuevo módulo para el intercambio latinoamericano adecuado a dos grandes exigencias: la industrialización y la necesidad de atenuar la vulnerabilidad externa de los países latinoamericanos” (Salazar, José Manuel: “El resurgimiento y el legado de Prebisch”, Revista de la CEPAL, Santiago de Chile, agosto 1993, p.25-27, cit por Wettstein 2003, 90). Prebisch también sostuvo que “el desarrrollo se ha extraviado desde el punto de vista social y gran parte de esas energías vitales del sistema se malogran para el bienestar colectivo. Trátase de fallas de un capitalismo imitativo. Se está desvaneciendo el mito de que podríamos desarrollarnos a imagen y semejanza de los centros. Y también el mito de la expansión espontánea del capitalismo en la órbita planetaria. El capitalismo desarrollado es esencialmente centrípeto, absorbente y dominante. Se expande para aprovechar la periferia. Pero no para desarrollarla”.
Lamentablemente, muchos gobiernos de la
región han decaído en la incondicional entrega de recursos naturales y humanos
a transnacionales a las cuales se otorgan más privilegios que a los nacionales
y se exonera de pagar impuestos y de reconocer derechos laborales y sociales a
sus trabajadores.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO
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