lunes, 24 de junio de 2019

ANDREA BRITTO MUSEO ALEJANDRO OTERO



   La observación y análisis de la cotidianidad urbana y de quienes habitan y transitan sus espacios es el motivo de las indagaciones plásticas de Andrea Britto (Caracas, 1992). El resultado de ese reconocimiento del entorno se resuelve dentro del resguardo del taller, sobre la delicadeza del papel, pero a una escala que tensa la naturaleza intimista del dibujo, pues trabaja en amplios formatos. En ellos el trazo deja entrever el proceso que involucra la realización de la obra: acercarse y alejarse de la superficie tantas veces como sea necesario, estirar las extremidades para abarcarla toda, con amplia soltura gestual pero sin perder el sentido realista que le interesa. Ese desplazamiento corporal potencia las cualidades cinemáticas de la composición de algunas de sus obras, en las que los personajes se mueven a lo largo del horizonte, paso a paso, como en una secuencia de fotogramas arrancados quirúrgicamente de una escena cinematográfica.

   El origen de estas imágenes es una amplia serie de miniaturas, rápidas y precisas, realizadas en pequeños trozos de cartón o papel en sus recorridos dentro de los vagones del Metro y en sitios de socialización como fiestas, importantes ejercicios para afinar el ojo y la mano de la artista que luego selecciona y lleva a gran escala, partiendo de la memoria pero a la vez dejando que la imagen se realice de forma autónoma, de acuerdo a lo que dicte el nuevo soporte. La obra, eficaz y contundente, reproduce de manera libre las anotaciones con las que previamente ha fijado la expresión de esos rostros que le interrogan.

   Por otro lado, el asunto de la luz es fundamental  pues las piezas han sido realizadas bajo un estricto régimen monocromático de tinta negra aplicada sobre papel ocre. Una economía de recursos que incorpora por la vía del collage campos blancos y de color como importante punto de equilibrio. La superposición de trazos y planos resuelve la necesidad de agregar zonas luminosas que destaquen rasgos y expresiones, al tiempo que los instala en un espacio preciso, nunca neutral como parece a primera vista, que advertimos al acercarnos y descubrir mapas y otras referencias geográficas y literarias.

   Para reconstruir una genealogía común entre Britto y otros nombres reconocidos de la historia del arte podemos extender una red  que enlace la obra de escala muralista desarrollada por artistas comprometidos como los mexicanos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera - cuyo discurso revolucionario ha sido reinterpretado en infinidad de oportunidades en diferentes ámbitos políticos y sociales a lo largo del siglo XX, hasta hoy - con los integrantes de la nueva figuración venezolana, Régulo Pérez y Alirio Rodríguez, principalmente, quienes durante las décadas de 1960 y 1970 profundizan en la representación de la figura humana y animal como recurso central de su obra, para enfatizar el contendido psicológico de los personajes y su postura ante situaciones políticas y sociales. Pero con quien se percibe una mayor resonancia es con la escultora venezolana Marisol Escobar (nacida en Francia pero cuya obra más importante se desarrolla en los Estados Unidos a partir de 1960), en virtud de la actitud sobria, la austeridad del color y esa expresividad de apariencia frágil y contenida que comparten los rostros de algunas de las obras de ambas artistas.

   Las piezas que presenta Britto en esta oportunidad, su primera exposición individual, se agrupan en dos series complementarias que ha titulado Rictus y morisqueta. En la primera, despliega en grandes formatos individuos de cuerpo entero, en reposo y absortos en sí mismos o, por el contrario, lanzados en un dinamismo hostil. Son personajes que contraen el rostro para revelar desagrado, inconformidad y cierta incapacidad de intimar con el otro,  gesto asociado por la autora al tránsito en los no-lugares, espacios donde el automatismo y la prisa llevan a la despersonalización del ser humano, atrapado en la rutina y forzada fugacidad de los encuentros: figuras gigantes, como zombies, con marcha pesada y robótica, asexuados, como ella misma explica. A ellos contrapone una serie retratos de mediano formato donde las figuras se muestran serenas y abiertas, con una jocosidad desinhibida en sus rostros. Aquí también ocurre que el rostro humano se mimetiza o traviste en la figura animal, quizás para provocar la risa y, por qué no, la burla hacia nosotros mismos, alienados en nuestras corazas y convicciones. Estos personajes los asocia a los llamados territorios o espacios antropológicos que en contraste  a los No -lugares son espacios de encuentro social que generan identidad, como el caso de las plazas, fiestas y manifestaciones rituales, entre otros. En este caso la gestualidad es más emocional, refleja la euforia y los estados de conciencia alterados.  Para Britto, en estos territorios se articulan mecanismos de contención ante el peligro de uniformidad y mecanización de la vida impuesta por los poderes hegemónicos, pues son reductos donde los sujetos pueden, desde el juego, el baile o la chanza, recobrar su naturaleza sociable y subvertir las instancias del poder, aun cuando sea de manera parcial o temporal.

   Con su obra, Britto desmiente muchos de los parámetros que asocian el dibujo a un apunte previo a la realización de una obra mayor. Si bien el soporte es papel y el trazo es intensamente gráfico, colocar de manera directa el pigmento líquido sobre la superficie genera un efecto afinado, casi pictórico. Además contradice y desmonta los lugares comunes, rancios pero no completamente superados, que asocian la producción de mujeres artistas a cierto matiz sensiblero, de acabados lavados y gráciles.

 Andrea Britto es una joven creadora visual que emplea la ilustración, el muralismo y el dibujo como medios de expresión. Entre los meses de mayo y julio participó en el programa Residencia artística MAO, organizado por el Museo Alejandro Otero de Caracas. Parte del resultado de esta experiencia se muestra al público en Sala Seis, espacio dedicado a exhibir propuestas experimentales de artistas noveles y consagrados, concebido como homenaje al legado de Alejandro Otero quien hoy, a veintiocho años de su fallecimiento, aún inspira y es ejemplo de audacia, compromiso y ética de trabajo para las nuevas generaciones.




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