Luis Britto García
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El 11 de septiembre de
2001, por uno de esos errores en los que tanto incurre nuestra diplomacia,
Venezuela suscribe en Lima la llamada Carta Democrática de la OEA. No nos
cansaremos de insistir en que ni en las páginas web de dicha organización ni en
sus compilaciones de normas impresas aparece que Estados Unidos y Canadá hayan
suscrito dicho documento injerencista. Durante el siglo XX la lucha contra dictaduras
había culminado en el desarrollo de movimientos progresistas en Cuba, República
Dominicana, Nicaragua y El Salvador. Estados Unidos necesitaba instaurar
democracias formales para impedirlo.
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Árbol que crece
torcido, nunca su rama endereza. El día 11 de abril de 2002 el embajador
estadounidense Charles Shapiro aparecía en la primera plana de casi todos los
diarios venezolanos declarando que Venezuela estaba “fuera de la Carta
Democrática de la OEA”. Legitimaba así anticipadamente el golpe de Estado que
reventaría horas después, y la subsiguiente dictadura de Carmona, a quien
visitó en los días siguientes, y contra
cuyo despotismo no tomó ninguna medida la OEA. La Carta Democrática se
convertía en pretexto para un atentado contra la democracia.
3
Dos días después, el
sábado 13 de abril de2002, un periódico de circulación nacional titula en
desplegado “Carta Interamericana Democrática fundamenta el gobierno de
transición”. Se trata de las declaraciones del doctor Allan Randolph Brewer
Carías, quien afirma que “El documento constitutivo de este gobierno
transitorio se fundamenta en la Carta Democrática Interamericana, que Venezuela
suscribió el 11 de septiembre de 2001 y que constituye un catálogo de lo que
debe ser una verdadera democracia en el hemisferio, en el entendido de que el
régimen de libertades que se desea no se limita a la realización de elecciones
para la designación de las autoridades de los órganos del Poder Público, sino
que también postula la necesidad de
separación y control de los poderes, el pluralismo político, la probidad y
responsabilidad en el ejercicio de los cargos, el respeto al Estado de Derecho
y a los derechos y garantías constitucionales, en particular de la libertad de
expresión”. La mal llamada Carta Democrática “fundamenta” así una tiranía que
destituye todos los cargos de elección popular, disuelve el Poder Legislativo y
el Tribunal Supremo de Justicia, deja sin efectos por decreto una Constitución
votada por el 71% del electorado y todas las leyes que consagran conquistas
sociales, y entroniza un déspota por quien nadie votó por 47 horas que de no
ser por el pueblo se hubieran prolongado 47 años.
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Indigno es que
organizaciones que nada hicieron contra la dictadura patronal se ensañen contra
la democracia; que países que no suscribieron un instrumento tal lo invoquen para legitimar dictaduras y lo esgriman contra Venezuela es indignante.
(TEXTO/FOTOS:
LUIS BRITTO)
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