JUZGADO DÉCIMO DE INSTRUCCIÓN
En el día de hoy, catorce de noviembre, siendo las nueve
y media de la mañana, compareció ante este Tribunal una persona que bajo
juramento dijo llamarse JULIO HERNÁN BAEZ, de veinticinco años de edad,
soltero, de profesión vendedor ambulante, de este domicilio, quien dijo haber
extraviado sus documentos de identidad. Impuesto de los hechos que se averiguan
y de
generalidades de la Ley
sobre testigos, expreso que no tenía impedimentos para declarar, y al respecto
dijo : "Yo había estado esa tarde haciendo las diligencias importantes
para la obtención del certificado imprescindible y desde las dos hacía cola en
el patio de la oficina, zona en donde tanto calor, tanto papel, tanta
estampilla, tanto vuelva mañana formaban una casi sólida presencia que hacía
que la hilera se desviara y que los más próximos solicitantes trataran de
ignorarla comprándole a los vendedores el café café el jugo de parchita o
releyendo el comprobante o tratando de adivinar qué había que poner en la
casilla cuarta de la línea tercera o si era cierto que cada una de las
aseveraciones requeridas anulaba automáticamente las anteriores, o que lo
escrito en unas planillas viajaba a veces
hacia .otras y así en millones de casos venía a producirse un caos que
obedecía a ciertas leyes de armonía
aplicables a otro orden de la vida. Entre los escribientes había escándalos,
se revolvían libros con alarma, había documentos sobre terrenos que cambiaban
de forma y cuyos linderos eran adyacentes a los de fundos no contiguos, otros
que comprendían planos que figuraban partes innominables del cuerpo humano, se
temían litigios entre propietarios de inmuebles que se interpenetraban y eran distintos
a pesar de estar en el mismo sitio y en la misma época, se había intentado registrar
títulos de propiedad sobre fluyentes franjas de vapor de agua, sobre las
corrientes oceánicas, sobre el color de la ictericia, sobre el retardo en los
expedientes, sobre el polvo que cayó en un informe extraviado durante la
sesión ordinaria de la Cámara
de Diputados que tuvo lugar el veintidós de abril de mil novecientos treinta y
ocho. Un perro amarillento iba de un extremo a otro de la fila, jadeando con
rapidez cada vez mayor. Temí el momento en que la inspiración y la espiración
se confundieran. En efecto, el perro se sentó, su aliento comenzó a cortarse,
minutos después nos miraba con esos ojos expansivos de quien ya no está
respirando. Desvié el rostro hacia otro lugar. Un calendario colgaba de la
pared. El orden de sus días estaba
invertido. En la cola, dos puestos adelante, una señora sollozaba. Traté de localizar qué era lo que en particular me causaba
molestias, y llegué a distinguir, a una cuarta del suelo, y cerca del zapato
del solicitante anterior a mí, una
mosca que se sostenía en el aire sin
moverse del mismo sitio, como un colibrí. El zumbido era casi musical,
aunque a veces se dilataba en: un
inexplicable silencio que me producía
modorra. En eso, comenzaron a correr los segundos para el vencimiento
del comprobante. Advertí que, interrumpida la continuidad de la serie de
diligencias, el comprobante comenzaría a sufrir de un asma angustiosa e
insoportable que se manifestaría por un doloroso enrollamiento de las puntas un
acezar un sufrir que daría grima tenerlo en las manos como si fuera un trozo de
cerebro recién extraído o un corazón tibio y no habría remedio no se calmaría
ni siguiera pintándolo con tinta para sellos. En algún momento que recuerdo
vagamente, la cola comenzó a moverse; terminé por verme frente a una taquilla
en la cual sólo distinguí una mano masculina que tomó mis documentos, los
selló y me los devolvió. Noté que la mano tenía largas uñas pintadas de un
violento rojo. Caminé hacia otra taquilla y esperé. El sello había sido
estampado en tinta azul y consistía en un dibujo obsceno. Otra mano me hizo una
señal, me aproximé, pagué el derecho, presenté la cédula, firmé la solicitud,
entregué el comprobante, inutilicé la estampilla, y vi cómo la taquilla se
cerraba, dejando dentro todos mis papeles. Esperé hasta que, tras la
ventanilla, creí oir un cacareo. Trabajosamente, me alcé sobre el tabique y no
vi a nadie. Un policía me informó que aquella taquilla jamás había funcionado.
Entré a la Oficina
de al lado. El sol caía sobre archivos vacíos; en algunas gavetas habían quedado encerradas rayas de claridad que se
conservaban a pesar de que la iluminación había cambiado de dirección; en el
fondo de los cajones de latón, hebras de un amarillo casi transparente delataban
los cadáveres de las luces de días anteriores. Durante mucho rato imaginé las
noches de aquella habitación, con sus claros hilos torciéndose en las gavetas
como peces en remotos acuarios. Sentí sed, encontré un caramelo en un
escritorio desocupado, lamenté no haber leído los periódicos, me senté en un
taburete giratorio, esperé. Corría un aire con olor a sal. Pero mi atención se
dirigía hacia otro objeto. Algunas veces, al viajar, vamos observando las
perspectivas anteriores a una cuesta, y a medida que ascendemos, todo se
transforma en una tristeza inerte, fría, como si el tiempo se fuera estirando,
hasta que, finalmente, en la cima, todo se ilumina; es la perspectiva mental la
que cambia; lo he observado, el cuerpo se alegra de la proximidad de su descanso...
Quizá sólo cuando la mente ha llegado hasta la cima desde donde abarca mucho se
aviene con alegría también a su descenso ¡Qué sé yo! ¡Qué de cuestas ignoradas
aún por escalar dentro de nuestro espíritu, para sentir finalmente que nos
descubren paisajes ocultos, sitios de cuya belleza no podemos evadirnos,
encantados círculos en los cuales podremos quedarnos! Aquella habitación, por
su misma falta de significado, me proponía un vasto sistema de las cosas, una
frenética felicidad que podía estallar en cualquier momento y cuyo imperio
detendría las grandes movilizaciones de los sucesos que se constituían
alrededor de mi vida. En eso, una de las puertas chirrió, fue abriéndose
lentamente, dejó ver otra oficina. El ocupante, un anciano con lentes montados
al aire, estaba sentado en el suelo, con el dedo índice de la mano derecha en
un tomacorriente, como señalando al otro mundo en un momento en que del otro
mundo un doble suyo debía estar señalando hacia este. La mueca del rostro, el
hervor del charco de orina que se había formado en el piso, me hicieron
comprender que la electricidad lo había matado. En el escritorio, una caja de
lápices de colores y una taza de café, volcada. Un zumbido me sobresaltó. La
electricidad derretía los trabajos dentales. Goterones de metal caían sobre la pechera del
viejo. Me fui, cerrando la puerta cuidadosamente. En la oficina contigua, un
personal de oficinistas con máquinas de calcular contaba el número de agujeros existentes en toda la
dependencia, en la ciudad, en el país, en el mundo. Salí a un borroso
crepúsculo que se convirtió en madrugada mientras yo doblaba esquinas y
repartía mis pasos por rincones en donde había ecos en plena decrepitud o
moribundos, u otros ya difuntos, que sólo eran un esponjoso silencio. Cuando la
redada me detuvo, ya yo estaba fuera del alcance de toda voz humana. Es todo
cuanto tengo que declarar". Fue interrogado así: 1) ¿Diga el sentido de la
disposición de las epífitas en los cables del alumbrado? Contestó:
"Escalinatas en las cuales entre escalón y escalón existen a su vez
escalinatas en las cuales entre escalón y escalón existen a su vez
escalinatas". 2) ¿Diga en qué forma los viejos cortes de casimir, las
corbatas manchadas? Contestó: "Recipientes para almacenar la mayor
cantidad posible de Norte y cambiarla por una cantidad equivalente de
Sur". 3) ¿Cuántas clases de sombra posibles entre dos cuerpos adyacentes
iluminados desde un mismo punto? Contestó: "Dar vueltas durante la eternidad dentro de un foso de concreto,
alrededor de un cubo también de concreto, con la sospecha de que dentro de este
cubo intentan volar golondrinas que chocan con las paredes oscuras". 4) ¿En qué lugar los
concursos de personas que representan figuras diversas por ejemplo abanicos por
ejemplo raquetas por ejemplo bastones, sirviéndose de metros plegadizos?
Contestó: "Colocado el pulgar y el meñique cruzados y el medio y el anular
yuxtapuestos, se produce la sombra chinesca de una .corbeta con mascaron de
proa navegando con los foques recogidos y las culebrinas disparando una
andanada de balas encadenadas contra una fragata con el trinquete y el palo
mayor seccionados, incendiadas las velas de mesana, seriamente lesionado el
ballestrinque y con el capitán herido que da órdenes a las gaviotas a los
delfines a las cotorras a los albatros a las focas a los bacalaos al viento a
la estrella Polar a los grados medidos con el octante a la invadiente
omnipresente espuma". 5) ¿Hacia cuál dirección los pasos los chirridos de
los grillos que se oyen durante el sueño? Contestó: "Un tiburón es
impredecible. Desde los más reputadamente antropófagos hasta los universalmente
despreciados por inofensivos pueden tener reacciones que contradigan todas las
experiencias anteriores. Así puedes ver cómo a la luz pulsante que desciende
de las olas uno de ellos se pasea con lentitud y sus músculos forman
alternativa y perezosamente bultos bajo la piel que es un negro papel de lija y
las hendeduras branquiales se agitan pesadamente y sabes que ese tal está
perdido en un nimbo de borrachera de murmullo de aguas y que no hará caso de
ti, similarmente, altos y contra la luz más bien fantasmas debido a la palidez
del vientre de goma que contrasta con el lomo de piedra, dos más que pueden
estar limitados en esa ronda de la indecisión de la que sólo movimientos
espasmódicos, el olor de la sangre de
de un pez o un brillo inusitado los sacarán y los moverán a ir cerrando la espiral
momento en que un avance hacia ellos, gritar bajo el agua o golpear en el
hocico pueden o no disuadirlos ya que detenerlos únicamente las puntas explosivas
da las que nunca se dispone o el injustamente elogiado sulfato cúprico que
parece no ser efectivo y crear sólo confusión y falsas seguridades y finalmente
debe ser notada la posibilidad de la llamada embestida lineal conocidamente la
más mortífera en donde el animal parece perder su lento cortejo de órganos y
aletas por cuanto colocado de frente es sólo un óvalo que se ensancha en un
triángulo de categórico plomo que crece como un sueño y la brutalidad y la
certeza de ese avance puede hacerte olvidar que es hacia ti que se
dirige". 6) ¿Diga si participa de las teorías de la hipóstasis sobre la
unión de las dos naturalezas? Contestó: "Una explicación de la estructura
de los mundos que a la vez confirma y vence las aporías de Zenón de Elea. Un infinito de mundos paralelos y
perfectamente inmóviles, que sólo difieren en que en éste una gota de sangre
está al borde de mis dedos, en aquél, forma una pequeña esfera quieta a algunos
milímetros de distancia de ellos, en el otro, un óvalo un tanto más lejano, y
así en aproximaciones minuciosas hasta la pequeña estrella radiante en el
suelo. La consideración sucesiva por el espectador de estos panoramas en sí
inmutables es lo que crea la ilusión del desprendimiento, caída y salpicadura,
y, por ende, del movimiento en general. Confirmación científica, los descerebrados
pueden viajar dentro de uno de estos mundos petrificados, considerados
minuciosamente en todos sus detalles que, a más de inmóviles, no tienen
término, ver suspendidas en el aire flechas que no avanzan ni han avanzado ni
avanzarán en ninguna de las eternidades previsibles".
Terminó,
se leyó y conformes firman
EL
TESTIGO EL
JUEZ
Julio
Hernán Báez Ptolomeo
Linares
EL
SECRETARIO
Reinaldo
Ferrán
De la novela VELA DE ARMAS
(TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO)