PONENCIA EN EL III ENCUENTRO DE LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES DEL CARIBE, GUADALUPE
Caribe, vorágine de vientos y corrientes, nación indígena, Mediterráneo americano cuya posesión significó el dominio del mundo, caleidoscópica diversidad, manera de ser. Este piélago habla. Amo el Caribe, dice André Pyeire de Mandiargues, porque es el paraje geográfico más próximo a la alucinación. La cultura es el paisaje, añade Lezama Lima. No deberíamos ser demasiado diferentes del ámbito que vivimos y de la historia que nos engendra. Pensemos en este mundo sobre el cual evitan meditar tantos de sus habitantes. El mar lo agobia de infinito. Las aguas separan y comunican islas que brotan del abismo como dientes de una desgastada mandíbula de tiburón. La costa deviene patria de todos los que no tienen ninguna: mercaderes, filibusteros, demagogos. Late el Caribe con la sístole y la diástole de lo unitario y lo diverso. El Caribe no es una topografía, sino una geografía del estilo.
Sensualidad
Nuestros antepasados apenas tienen algo más que sus cuerpos. La piel es experiencia. El éxtasis es la desnudez. El trópico, dice Gabriel García Márquez, huele a guayaba podrida. Todo exhala materia de la vida a la cual la proximidad de la muerte exacerba y exalta. El sol es chisporroteo o destello. El calor infunde a lo inanimado tibieza corporal y al agua calidez de sangre. Hasta la muerte mineral del mar palpita. El Caribe es el modo de vida de la fiebre.
Musicalidad
Para indios y africanos
la música es el centro de la vida social. También para el marino, cuyas
faenas acompasa la melodía. Andar y baile tienen cadencia de ola. El
habla del Caribe canta, y por momentos danza. No porque su literatura
ficcionalice alguna estrella de
la canción o parodie su culto. No en
balde pertenecen al ámbito del Caribe los grandes precursores del modernismo,
José Martí y José Antonio Pérez Bonalde. No por casualidad lo que viene después
suena a tambor: Nicolás Guillén y Boom. No por nada la postmodernidad
sobrevive en novelas con nombre de partituras: Los reyes del mambo tocan
canciones de amor, de Oscar
Hijuelos; Que viva la música de Andrés Caicedo, Bolero de
Lisandro Otero.
Barroco
Durante medio milenio se exterminan en un mismo mar
arawaks, caribes, españoles, alemanes, franceses, ingleses, holandeses,
daneses, africanos, católicos,
calvinistas, libertinos, absolutistas, republicanos, utopistas, anarquistas.
Todos lo hacen en nombre de sus propios fetiches. Menos feroces que sus cultores, sus ídolos
hacen las paces. En la cultura resultante coexisten sin rechazo inmunológico
signos antagónicos. Según Lezama Lima, el barroco es lo que interesa de España y de España en
América. En el Caribe todo se sincretiza. Los dioses de la mitología caribe,
Akodumo, el Señor de las Aguas; Ioroska, el Señor de la Muerte ; Maware, el Señor de
las Cumbres, Kaputano Tumonka, el Señor de los Cielos, junto con Aché de
Imbangala, renacen infinitamente como santos. Los exterminados caribes
insulares, los galibis, renacen en los esclavos fugados que acogen, y éstos se
vuelven garifunas, caribes negros cuyo lenguaje resume cuatro idiomas. Idiomas en guerra engendran mestizos, como el
papiamento. Toda ceremonia desposa el paroxismo barroco y el desmadre
conceptista. El barroco, arte oficial de la Contrarreforma que salva
las almas mediante la abrumación sensorial, en el Caribe las pierde por vías de la confusión sensible.
Utopía
Delirio
Todo en el Caribe estimula
el asombro. Lo real parece inverosímil. Lo inverosímil es el nombre de lo
verídico. En su abismo fulgura el coral de la alucinación. En su orgía
luminosa, es el Caribe camposanto de terribles fantasmas: el caribe, el
cimarrón, el bucanero, el dictador, el zombi, el santero. De allí el realismo
mágico, lo maravilloso, lo real maravilloso.
No surgen de observar las creencias africanas y las mitologías indígenas
con óptica europea. Similar es el
resultado de examinar la catedral barroca y la fortaleza estrellada con los ojos del hombre
primigenio. En ningún otro sitio se
rechaza tan visceralmente la lógica cartesiana o la Razón instrumental. Ambas
son armas del enemigo: del tumulto de enemigos. La invasión europea, que en
Tierra Firme impuso una religión católica y dos lenguas romances, fragmentó el
Caribe en una miríada de lenguas y una proliferación de sectas. La profusión de
signos los descontextualiza mutuamente.
Fatalidad
Los europeos
reestrenan la tragedia de Caín mediante hecatombes atroces, desarraigos
planetarios, poderes devoradores. Los pueblos originarios son
exterminados, se dejan morir o se suicidan. Refiere el padre Labat que los esclavos negros también se matan en masa,
esperando resucitar en África. Los amos les cortan cabezas y brazos, para
infundirles el temor de que revivirán acéfalos y sin miembros. En el Caribe los imperios juegan el mismo
papel que el destino en la tragedia griega. Sobre la inocencia de la playa vela
el laberinto de la fortaleza. Por la
fiesta del mar discurren el tiburón y la cañonera. Sobre ellos amenaza la
catarsis del huracán celeste o humano.
Desasimiento
La comparsa desfila por fuera, la procesión anda por
dentro. Tras el fastuoso carnaval atisba la distancia. El tumulto es
reverberante silencio. La extroversión es barrera que protege el estoicismo del
Yo de todo vasallaje. Ni caribes ni
arawaks admiten jerarquías distintas de las familiares. No reconoce el caribeño
más estructuras que las de la solidaridad tribal. Su devoción nunca va hacia lo
hereditario, lo institucional ni lo abstracto. Lo solemne es picúo para
el cubano y pavoso para el
venezolano. Guasa es rebelión. En el
principio no hubo en el Caribe jerarquías, ni las habrá al final.
Caribe, nombre secreto de la felicidad.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO
LA ÚLTIMA IMAGEN ES DE ANDRE BANSART
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