1
Agoniza Julio Verne y todas sus creaciones le saben a
ceniza. Pronto se multiplicarán los submarinos y el Nautilus carecerá de
maravilla. Los aeroplanos serán cada vez más grandes y el Albatros devendrá un
lugar común. Seguramente se dispararán proyectiles a la luna y el Columbiad
parecerá un juguete. Se demostrará la equivalencia entre masa y energía y la
fórmula del profesor Xephiryn Xyrdal será una nota en los libros de texto. Nada
más trivial que imaginar maquinarias
fantásticas. Su maravilla durara apenas el lapso breve que la realidad tarde en
alcanzarlas. No, le dicen el capitán Nemo, Robur el Conquistador, Barbicane y
Xyrdal, que cargan el ataúd bajo las aguas, por los cielos, en el vacío sideral
y en la incesante transfiguración de la energía en las estrellas. Has inventado
el alma de las máquinas, lo que les da sentido, lo que las precede y las
sobrevive después de que su perecedero metal es convertido en chatarra y la escritura resucitada en
memoria. Has inventado el alma de las máquinas, lo que les da sentido, lo que
las precede y las sobrevive después de la chatarra. Te sobreviviremos, y a
todas las máquinas que intenten opacar nuestro recuerdo.
Museo Sigmund Freud-Viena.
2
Toma el doctor Sigmund Freud la sobredosis de morfina que
por siempre lo liberará del infierno del cáncer de garganta y se libra de la
represión que le ha impedido discernir
que el inconsciente de las mujeres reside en el insondable bolso que
cargan con ellas. Allí habita el olor de los polvos de arroz que fabrican la
máscara, el del perfume que se mezcla con el sudor, el de los peinecillos que
incesantemente desordenan ideas y ordenan los vellos, el espejito de la
introspección donde el ojo contempla a otro ojo que lo contempla falsificado,
el infinito de los alfileres, los ganchos, los centavos, los zarcillos, los
papelitos de amor, las facturas vencidas, las cintas, y así sucesivamente, pues
lo único que no tiene fin es la muerte y lo que guardan el inconsciente y el
bolso de las mujeres.
3
Herbert George Wells monta en la máquina del tiempo,
acelera, ve como el día y la noche se suceden como un parpadeo, cómo la
trayectoria del sol se torna río de luz
y la de la luna arroyo de plata, ve cabecear el firmamento con el paso de los
equinoccios y los solsticios, acelera
hasta rebasar el mundo crepuscular de los Eloi y los Morlog, acelera
todavía mas hasta que el sol llena el firmamento a medida que la tierra se
precipita en él, frena, decelera, retrocede, ve rejuvenecer el mapa de los
cielos, vuelve a su laboratorio, rueda por el suelo, sabe que no volverá a
abordar la máquina del tiempo, que el futuro es la muerte en sorbos pequeños
que se instala en nosotros gota a gota de manera que no la sentimos llegar, que
podemos afrontar la extinción del sistema solar o la del cosmos, pero no
nuestra sabida muerte ni el próximo segundo.
4
-Ni Dios- truena el teólogo en su púlpito- puede corregir el
pasado, puede lograr que lo que fue no haya sido. –Pero –le responde el desventurado
filósofo- si Dios conoce desde siempre el futuro, ni Él mismo puede hacer que
este conocimiento no sea, que resulte el porvenir distinto de cómo él en su
infalibilidad lo previó. -¿Crees entonces –fulmina el teólogo- que la hoguera
que castigará tu herejía irremisiblemente arderá sin que ninguna piedad la
extinga, que ninguno de tus actos puede ablandar el destino? –Lo único más
implacable que el destino –responde el
filósofo- es un teólogo.
5
Se supone que algún orden universal rige el cosmos y los
majestuosos torbellinos de los átomos y que la vida solamente por ensayo y
error intenta remedarlo. Si la armonía universal actúa como repetitiva
guillotina de selección natural que destruye las copias imperfectas, es
concebible que por fin se produzca un ser de perfección absoluta cuyos ojos
senos cadera finalmente expresen el orden sublime hasta que Ser y Cosmos
resuenen en una armonía única que haga imposible distinguirlos. Existe tal Ser
y lo he conocido, pero me dio calabazas.
6
Le dan a un hombre la oportunidad de escoger entre el pasado
y el futuro tocando una pantalla en un lugar reservado. Las vías del futuro se
ensanchan las del pasado se estrechan. Cuando dejamos de esperar, morimos.
Acerca lentamente el dedo sabiendo que según y como lo que escoja podría dejar
de existir.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
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