Un paso más allá de la perfección, y después
seguir avanzando. Cuando muchacho sólo se puede avanzar, cuando viejo se
encuentra que no se ha avanzado nada. Dos veces surge su candidatura para la
dirección de la Sinfónica y dos veces es rechazada. Como se exige mucho temen que
exija a los demás demasiado. Los instrumentistas lo llaman muy duro y la suegra
le dice neurasténico. Para escapar de los desafinamientos de la orquesta se
hace solista, para escapar de la soledad
del solista se hace compositor. Allí perpetra una broma musical con trágicas
entradas de violines y murmurantes fagotes al estilo del principiante de
vanguardia, y todo el mundo se la toma en serio. Luego le toman en serio una
glosa sinfónica con ritmos populares compuesta para incomodar a un consagrado
maestro dedicado a los ritmos populares con glosas sinfónicas. Cuando compone
como quiere nadie le escucha. Va desmontando los excesos que aquejan la
sinfonía y el concierto. Finalmente lo incomodan los aderezos de la fuga o la
forma sonata. Alguna vez lee la historia de Francisco de Asís que se despoja en
la plaza pública de sus galas que lo atan al siglo y lo distancian de sí mismo.
Por esa vía llega a la nota única y al silencio. Pero el Pobrecito amó a la
mosca y llamó hermano al perro. Negar el misterio de la música o del mundo no
es resolverlo. La esencia existe en las
criaturas y las formas musicales más sencillas.
La larva o el vals criollo cantan
el infinito o la miseria de la
creación. Una de sus hijas lee nasalmente para la plana
escolar los arrebatos de un fósil romántico difunto:
¿A qué más estaciones, alma mía?
¿De quién huyes, qué sino te
persigue?
Eres tú quien se oculta y quien se
sigue.
Tu tormento es tu misma compañía.
Se abalanza sobre los papeles pautados. Con
ensañada sencillez ensaya la forma del vals criollo. Como polillas a la llama
de la vela tantos maestros provincianos se acercaron a la llama de esta forma
universal sin lograr otro fulgor que el
olvido. Nunca seremos más que la chispa que se extingue. Su composición es
estrenada y hace furor. El flameo de los primeros compases promete una levedad
que repentinamente hiere. La aldeana capital se ve enfrentada a un vals que se
baila como en otro espacio, o que revela que las cosas siempre danzan aun
estando quietas. Finalmente un bromista le cambia la letra:
¿A qué más chicharrones, negra mía?
¿No ves que hay choricetas en la
esquina
Y el cochino maldito me asesina
Y me tiene a chorrito noche y día?
El furor se redobla. Las multitudes cantan a
coro la nueva letra para librarse de la
música vieja. El compositor sale a la calle. Tropieza
con un perro muerto. No sabe si llamarlo hermano. El hermano sonríe.
(Los Fugitivos)
TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO.
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