Eureka hurra grandes honras sean acordadas al inventor del papel putrescible destinado en principio a oler mal cuando pasara determinado lapso y así indicar que no debían consumirse ciertas mercaderías envueltas en él, quesos medicinas huevos o qué sé yo, bastaba estampar un sello con la fecha límite y a partir de ella el proceso se desencadenaba entonces los malintencionados que no faltan pensaron dirigir todas sus peticiones a la autoridad grandísima en papel putrescible con sellos que indicaban el plazo legal para decidirlas y si había retardo bueno entonces se vería. Transcurrió todo con la placidez acostumbrada produjéronse las acostumbradas condecoraciones declaraciones comisiones una mañana sin embargo en la gaveta del Director General sintióse algo cómo iba a ser no era posible y al abrir el despacho del Consultor aquí también pero cómo qué contratiempo quizá el Ministro pero entretanto el Ministro espanta moscas dando golpes con el chaleco y se hace imperativa la intervención de los bomberos que llegan con grandes máscaras y guantes de caucho y tenazas hasta que acuérdase el archivero de que el Estatuto prohíbe destruir los papeles antes de treinta años entonces se llama al Presidente pero el Presidente en esos instantes huye escaleras abajo hasta que los efectos de los depósitos en los sótanos lo obligan a huir escaleras arriba y en el piso del medio a tirarse por el balcón para evadir los efectos de una solicitud de patente, entre tanto en el Supremo Tribunal los magistrados incomódanse consúltanse escudríñanse atribúyenlo al expediente de un preso que abúrrese años ha esperado juicio envíanlo Tribunal subalterno pero incomodidad persiste y crece el primer alguacil desvanécese los secretarios ahóganse suspéndese audiencia balanza estatua justicia tintinea acometida por moscardones, pueblo acude al Palacio Legislativo donde una casi sólida peste emana de las graciosas cúpulas de los patios espaciosos de los locales de sesiones somnolientos, huida de vecinos, declárase estado de emergencia en papel putrescible que también entra en emergencia produciendo vergonzosa huida de mariscales de campo, y al final de todos los orificios de las públicas edificaciones mana hacia el exterior, e inacabablemente, una espesa miel fermentante, una irisada jalea desbordante de vapores malignos, en la cual confusamente sobrenadan palilleros, sacapuntas y ministros.
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