Camilo Cuellar almuerza con el presentimiento de que se avecina un cambio en su obra. En ese momento feliz localiza todo lo que en su escritura es deleznable. Casi como una despedida comienza a garrapatearlo en la servilleta. La tentación de la facilidad y la urgencia de cumplir con una revista lo llevan a llenar entre el postre y el licor tres desenfadadas servilletas. A la mente le viene un título que casi delata la broma literaria. Papirotazo, le deletrea a la secretaria que pasa en limpio los palotes por los cuales espera la linotipo. Al salir siente el alivio de quien deja tras de sí algo impuro. Ahora seré otro, se dice. Ahora seré yo mismo. A la mañana siguiente llama para retirar el texto y se entera de que está impreso. Dejémoslo al olvido, se consuela.
Pronto se cansa de desestimar con bromas las felicitaciones que le llegan por el texto apresurado. Trabajo en algo muy distinto, aclara. Más esencial. Con desmayo accede cuando le piden permiso para incluir Papirotazo en una selección. Caer en una antología es caer en todas. Pronto no puede abrir ninguna por el temor de localizar Cuellar, Camilo: Papirotazo. Por qué omiten distraídamente sus búsquedas anteriores, más atrevidas, por qué se densifica tal silencio sobre sus textos posteriores, más rigurosos, sigue resultando un misterio. El selectivo crítico que dictamina que toda la literatura nacional cabría en diez hojas reserva una para Papirotazo. No cabe imaginar mayor homenaje, o mayor odio. Cuellar deserta de las lecturas en las cuales le reclaman previsible y únicamente cierto texto. En vano envía bajo seudónimo devastadoras críticas que denuncian el fácil efectismo, el previsible juego de contrastes, la sospechosa sentimentalidad, las obvias influencias. No son publicadas, o encienden polémicas que sólo incrementan la fama del relato. Semiólogos y morfosintácticos le atribuyen significados latentes. Cuestionar Papirotazo no es sólo cuestionar la literatura nacional, es cuestionar la Literatura, dictamina la Voz Autorizada. Los editores piden siempre otro Papirotazo. No puede abrir correspondencia sin encontrar misivas de graduandos que escriben tesis sobre el susodicho. Las repetidas menciones en los manuales lo elevan a la categoría de obras que todos comentan sin haber leído. Con más certidumbre que cuando redactó sus primeras páginas Camilo conoce que escribe para la oscuridad. Mientras más trata de distanciarse del texto célebre menos lectores tiene. Con sentimiento de derrota autoriza la adaptación teatral, televisiva, cinematográfica. Hay pronto canción y obertura y ópera y monumento y plagio de Papirotazo. El título significa todo y nada. Camilo deja de frecuentar las calles donde todos lo llaman Papirotazo. En sus últimos años se sabe autor desconocido. Lo detestan los olvidados, sin sospechar que él los envidia. Al morir lo consuela saber que no escuchará los panegíricos para el autor de Papirotazo.
Pronto se cansa de desestimar con bromas las felicitaciones que le llegan por el texto apresurado. Trabajo en algo muy distinto, aclara. Más esencial. Con desmayo accede cuando le piden permiso para incluir Papirotazo en una selección. Caer en una antología es caer en todas. Pronto no puede abrir ninguna por el temor de localizar Cuellar, Camilo: Papirotazo. Por qué omiten distraídamente sus búsquedas anteriores, más atrevidas, por qué se densifica tal silencio sobre sus textos posteriores, más rigurosos, sigue resultando un misterio. El selectivo crítico que dictamina que toda la literatura nacional cabría en diez hojas reserva una para Papirotazo. No cabe imaginar mayor homenaje, o mayor odio. Cuellar deserta de las lecturas en las cuales le reclaman previsible y únicamente cierto texto. En vano envía bajo seudónimo devastadoras críticas que denuncian el fácil efectismo, el previsible juego de contrastes, la sospechosa sentimentalidad, las obvias influencias. No son publicadas, o encienden polémicas que sólo incrementan la fama del relato. Semiólogos y morfosintácticos le atribuyen significados latentes. Cuestionar Papirotazo no es sólo cuestionar la literatura nacional, es cuestionar la Literatura, dictamina la Voz Autorizada. Los editores piden siempre otro Papirotazo. No puede abrir correspondencia sin encontrar misivas de graduandos que escriben tesis sobre el susodicho. Las repetidas menciones en los manuales lo elevan a la categoría de obras que todos comentan sin haber leído. Con más certidumbre que cuando redactó sus primeras páginas Camilo conoce que escribe para la oscuridad. Mientras más trata de distanciarse del texto célebre menos lectores tiene. Con sentimiento de derrota autoriza la adaptación teatral, televisiva, cinematográfica. Hay pronto canción y obertura y ópera y monumento y plagio de Papirotazo. El título significa todo y nada. Camilo deja de frecuentar las calles donde todos lo llaman Papirotazo. En sus últimos años se sabe autor desconocido. Lo detestan los olvidados, sin sospechar que él los envidia. Al morir lo consuela saber que no escuchará los panegíricos para el autor de Papirotazo.
Excelente!! Ilustra como la verdad no impera; como quienes deciden y dictaminan lo que es, no son quienes deben. Muestra como puedes ser un istrumento del sistema sin tu consentimiento para mediocrizar a las personas, que bajo ningún concepto, estiman, deben abrir sus ojos a la luz.
ResponderEliminarEs bueno, es revolucionario, pues protesta en silencio; y a viva voz.
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