Se apagan las luces y salta al escenario el profesor Darkness para el segundo campeonato de la noche. A la luz de una vela gesticula, hace aparecer sobre la pantalla la sombra de una lejana procesión de enanos con cuerdas, jaulas, perros de caza y redes, la cual se agiganta, rodea la sombra del profesor Darkness, la enlaza, la ata, la carga en vilo y se aleja hasta desaparecer por la sombra del horizonte que también desaparece cuando se inclina ante los aplausos un profesor Darkness que ahora, muy pocos lo notan, no arroja sombra alguna.
En el escenario se destaca la silueta del profesor Mitternach, quien gesticula y arroja sobre la pantalla una sombra circular que crece, tapa la vacilante llama de la vela, tapa la claridad que se filtra por las rendijas de las puertas, tapa las luces de los pasillos, ahoga los faroles en las calles y entinta el claro de luna en el horror de un eclipse imprevisto hasta que una uña incandescente reaparece en los cielos y en el escenario reaparece la misma constante perpetua palpitante amarillenta vela derramando su líquido fulgor de cobre en los rostros cerúleos, en los cortinajes violáceos, en las alfombras por las cuales el profesor Mitternach se escurre como una sombra.
Sube ahora al escenario el profesor Tinieblas, quien desde el principio del acto ha tenido sus manos trabadas en una extraña mímica temblorosa. Destraba las manos el profesor Tinieblas, un grito de estupefacción escapa del público, la hipnótica vela del centro del escenario, que era en realidad la sombra chinesca de las manos del profesor Tinieblas, desaparece dejándonos en una noche perenne que ahoga las ovaciones.
En el escenario se destaca la silueta del profesor Mitternach, quien gesticula y arroja sobre la pantalla una sombra circular que crece, tapa la vacilante llama de la vela, tapa la claridad que se filtra por las rendijas de las puertas, tapa las luces de los pasillos, ahoga los faroles en las calles y entinta el claro de luna en el horror de un eclipse imprevisto hasta que una uña incandescente reaparece en los cielos y en el escenario reaparece la misma constante perpetua palpitante amarillenta vela derramando su líquido fulgor de cobre en los rostros cerúleos, en los cortinajes violáceos, en las alfombras por las cuales el profesor Mitternach se escurre como una sombra.
Sube ahora al escenario el profesor Tinieblas, quien desde el principio del acto ha tenido sus manos trabadas en una extraña mímica temblorosa. Destraba las manos el profesor Tinieblas, un grito de estupefacción escapa del público, la hipnótica vela del centro del escenario, que era en realidad la sombra chinesca de las manos del profesor Tinieblas, desaparece dejándonos en una noche perenne que ahoga las ovaciones.
Muy buenos sus pequeños relatos de campeonatos mundiales. Un abrazo cordial desde el sur.
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