Luis Britto García
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Cada aniversario de los genocidios de Hiroshima y Nagasaki propicia reflexiones. El Bulletin of Atomic Scientist creó en 1947 el Doomsday Clock, o Reloj del Apocalipsis, que marca conceptualmente el tiempo que nos queda antes de la medianoche que no tendrá amanecer. El 23 de enero de 2024 su aguja señaló 90 segundos, la marca más cercana al final de todo a la que hemos llegado. Actualmente Estados Unidos tiene 5.244 ojivas nucleares activas, 1536 estratégicas desplegadas, 3.708 en reserva y 1.419 por desmantelar. Rusia dispone de 5.889 ojivas nucleares activas, 1.400 estratégicas desplegadas, 4.489 en reserva y 1.549 por desmantelar. China tiene 419 ojivas activas, e Israel 90. El conjunto de aliados de Estados Unidos lo igualan en capacidad nuclear. Suficiente para destruir varias veces nuestro planeta.
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Como en una pesadilla,
seguimos caminando hacia el Apocalipsis. En carta de 1939, Einstein propuso la
fabricación de una bomba atómica al presidente Roosevelt, quien la encomendó al
físico Oppenheimer. Ambos científicos deplorarían amargamente la empresa, oponiéndose
a la creación de artefactos nucleares más poderosos. En agosto de 1945 la bomba
aniquiló unos doscientos mil civiles en Hiroshima y Nagasaki, no para decidir la contienda, pues los
bombarderos convencionales de Curtis Le May aseguraban cada noche igual saldo
de víctimas, sino para prevenir la posible intervención en la Guerra del
Pacífico de los victoriosos soviéticos. En septiembre del mismo año Estados Unidos
redacta un plan para “borrar a la Unión Soviética del mapa” bombardeándole 66 ciudades con 200 artefactos nucleares. El proyecto se
perfeccionó con el Strategic
Air Command SAC Atomic Weapons Requirements Study, que preveía la aniquilación de 1.200 ciudades en la Unión Soviética,
China y Europa Oriental. No debe extrañar entonces que los soviéticos
desarrollaran su propia bomba en 1949 y los chinos en 1964, lo cual quizá los salvó y nos salvó del exterminio.
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Lejos de garantizar la paz, la relativa paridad
nuclear creó el equilibrio del terror de la llamada “Guerra Fría”, que impidió
la escalación de conflictos directos entre grandes potencias y las obligó a confrontarse
apoyando por debajo de cuerda
enfrentamientos de menor talla. Estados Unidos creó en 1949
la Organización del Tratado del Atlántico Norte, para mantener bajo
ocupación militar Europa Occidental. Para contrarrestarla, suscribió la Unión
Soviética en 1955 el Pacto de Varsovia.
Desde entonces el aparato militar estadounidense creció hasta consumir en 2023
la mitad de todo el gasto armamentista del planeta, con 1.258.472
efectivos en sus 750 bases en 70 países. El Correo de
la Unesco totaliza un centenar de guerras a partir de 1945; para 2023 se
libran 59. En la mayoría de ellas ha tenido Estados Unidos papel relevante como partícipe o promotor.
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¿Será
que la humanidad tiende instintivamente y sin motivos personales al
asesinato masivo de prójimos? No. En el capitalismo la competencia desemboca en
crisis periódicas de sobreproducción de
bienes que exceden de la demanda, lo cual paraliza el sistema productivo y
provoca desempleo masivo. Mediante la
guerra se recluta a los desempleados y se reactiva la factura de bienes que, como los armamentos,
sólo sirven para ser destruidos. Cada
guerra nace de una crisis, y al
concluir desencadena otra. Economía capitalista y guerra son interdependientes.
El imperialismo requiere los recursos naturales del resto del planeta, los cuales se conquistan o someten con amenazas
militares.
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En 1993, Boris Yeltsin dio un golpe de Estado cañoneando la sede del
Soviet Supremo de la Unión Soviética, y rompió la precaria contención bipolar.
Estados Unidos irrumpió como predador
desenfrenado en un mundo en el cual apenas China podía limitar sus arremetidas.
Directamente o mediante ejércitos subordinados desintegró Yugoeslavia, invadió Irak,
Afganistán y Haití, desmanteló Palestina, fracturó Libia, atacó Siria,
intervino en Yemen, depuso el gobierno socialista en Ucrania, incrementó sus
injerencias en América Latina y el Caribe y elevó a política ordinaria el
asesinato selectivo. El Correo de la Unesco totaliza un centenar
de guerras a partir de 1945; para 2023 se libran 59. En casi todas tuvo Estados Unidos papel relevante como
partícipe o promotor.
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Este
formidable aparato imperial entra en
decadencia por sus contradicciones internas. La imposición al mundo occidental de respaldar sus sistemas monetarios con el
dólar, moneda respaldada por nada, lo
condujo a devaluarla imprimiéndola excesivamente. Su clase dominante desplazó
sus industrias al exterior para explotar la mano de obra semiesclava de Zonas
Económicas Especiales, cerrando sus propias
fábricas y arrojando al desempleo a sus trabajadores. Igualmente desplazó sus
capitales del sector industrial productivo nacional al financiero especulativo
externo. Desde 2010 sus armas son
superadas por las de la Federación Rusa; desde 2014 su PIB es aventajado por el de China; ésta es
principal socio comercial de 80 países, mientras que Estados Unidos sólo lo es
de 52 (https://blogs.worldbank.org/es/opendata/grafico-sobre-comercio-y-desarrollo-el-ascenso-de-china).
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El camino al Apocalipsis se ha vuelto carrera, Estados Unidos pierde su hegemonía económica, política, diplomática y cultural, y para recuperarla sólo dispone de restos de preponderancia militar. En el proyecto New American Century sus dirigencias conservadoras plantean ni más ni menos que todo un nuevo siglo de hegemonía. Ello requeriría la aniquilación de la Federación Rusa, de la República Popular China y en última instancia del BRICS, en una guerra nuclear que no dejaría sobrevivientes. Para librarla Estados Unidos está inmolando a sus vasallos de la Unión Europea y del UKUSA (United Kingdom, Australia, Nueva Zelandia, y Canadá). En el emergente BRICS, sólo Rusia tiene considerables recursos petroleros. Venezuela puede decidir el destino del bloque con las mayores reservas de oro y de hidrocarburos en un mundo donde la energía fósil suple cerca del 80% del consumo energético, y durará sólo cuatro o cinco décadas a partir de ahora. Asumamos nuestro destino.
FOTO DE LA BOMBA V-2: LUIS BRITTO