Luis Britto García
¿Es confiable el
sistema electoral venezolano?
Sin duda. Cada vez que la oposición gana, se le reconoce de inmediato. En numerosas oportunidades ha
triunfado en elecciones locales; en 2021 obtuvo 123 del total de 335 alcaldías
de Venezuela; en otros casos, ganó las gobernaciones de algunos de los estados
más poblados y económicamente importantes del país. En 2006 el Presidente
Chávez lanzó un proyecto de reforma constitucional que fue derrotado en
referendo por modesta diferencia: tanto el CNE como el mandatario la
reconocieron. En 2015 la oposición ganó la mayoría en la Asamblea Nacional y su
victoria fue reconocida, aunque desembocó en la inconstitucional designación de
un “Presidente interino” que robó la mayoría de los bienes de la nación en el
exterior. Un sistema fraudulento jamás hubiera declarado esas derrotas y un
gobierno abusivo nunca las hubiera reconocido. Por su parte, la oposición
nunca ha reconocido una derrota. Tras todas y cada una de ellas ha alegado “fraude”
y amenazado con presentar pruebas, que nunca ha aportado.
¿Se puede
obstaculizar la transmisión de resultados?
Desde luego. En su libro Vigilancia
Permanente, Edward Snowden cita al director de tecnología de la CIA Ira
Hunt, quien afirma que los servicios de inteligencia estadounidenses conocen el
contenido de cualquier sistema informático del mundo. Sus aliados no sólo
pueden paralizar transmisiones y redes: lo han hecho en repetidas oportunidades
en Venezuela. El 11 de abril de 2002 cortaron la señal de Radio Nacional y del
Canal del Estado VTV; incomunicaron al Presidente Hugo Chávez Frías y dieron el
primer golpe mediático del mundo. Ocho meses más tarde, ya generosamente
perdonados por el mandatario, valiéndose de la empresa estadounidense INTESA
paralizaron informáticamente PDVSA y detuvieron durante dos meses las
operaciones de producción y distribución de dicha firma, hasta que un equipo de
técnicos del Ministerio de Ciencia y Tecnología pudo reactivarlas. Más de
veinte años han pasado desde dichas agresiones; hace poco ocurrieron dos
sabotajes de plantas eléctricas, en Nueva Esparta y en la subestación de Ureña
en Táchira, presumiblemente destinados a dejar sin energía sistemas de
votación. Una semana antes de las elecciones, el canal LA IGUANA TV fue sacado
del aire por You Tube hasta el final
del proceso electoral, inmediatamente después de que expuse el contenido del
programa Land of Grace suscrito en
inglés por María Corina Machado. Estos
sucesos son ampliamente conocidos por todos, y más por quienes intentan
repetirlos. El experto auditor externo
del CNE Víctor Teotkisto nos informa que
“el ataque referido
por Maduro se trató de un DOS (Denial Of
Service – Denegación de Servicio) realizado desde la República de Macedonia
del Norte y el cual consiste
en saturar las redes con una enorme cantidad de tráfico espurio
para evitar se logre transmitir la información”. Como señala Curzio Malaparte
en Técnica del Golpe de Estado, el
operativo esencial de un golpe consiste en apoderarse de los medios de
comunicación. Es una técnica que se ha hecho usual en la llamada Ciberwar; los enemigos de Venezuela la
están usando contra sus votantes.
Ni por asomo. Es un bloqueo que demora el tráfico, pero no cambia el contenido de los mensajes. El voto queda inalterablemente registrado y encriptado en las máquinas de votación; éstas son regularmente sometidas a verificación antes y después de los comicios y de ser necesario inscriben los resultados en actas numeradas impresas en papel especial e identificadas alfanuméricamente, a disposición de los miembros de mesa y de quien las requiera, incluido el soberano Tribunal Supremo de Justicia.
¿Entonces por qué no se dieron de
inmediato los resultados?
Los Resultados Irreversibles, derivados de
la totalización del 80% de los votos escrutados, se dieron en las primeras horas del lunes 29 de julio, antes del ataque
cibernético. Es práctica universal
revelarlos cuando ya ninguna variación en los sufragios por depositar o por
escrutar puede alterarlos. Los Resultados Irreversibles indicaban que Nicolás Maduro Moros había
obtenido 5.150.092 votos ( el 51,20%) y que Edmundo González Urrutia fue favorecido con 4.445.978 (44,20%), en un
proceso en el cual participó el 46,53 %
del padrón electoral de 21.620.705 habilitados para votar. Eran resultados que no variarían significativamente
aunque se escrutara la última cifra de las 30.000 y tantas actas de otros
tantos centros de votación. Y en efecto, cuatro días después tenemos las cifras
absolutamente definitivas: Maduro, 6.408.844 votos,
el 51,95%, Edmundo González, 5.326.104 votos, el 43,18%. Los incrementos en ningún caso superan el 1%.
¿Por qué los disturbios?
En su magistral Teoría
de la Clase Ociosa, hacia fines del siglo XIX Thorstein Veblen advierte que
muchos miembros de la clase dominante, en cuanto titulares de privilegios
heredados, sienten que merecen ser favorecidos por la suerte a pesar de la
falta de mérito, invierten en empresas azarosas o en el juego y rechazan todo resultado adverso. Es lo que
en criollo se llama patear la mesa o darle un palo a la lámpara. Estas rabietas
sirven como pretexto para golpes de Estado o invasiones. Pero en política y en
la vida no bastan pataletas ni prepotencias para obtener el triunfo: es preciso
ganarlo.
¿Cómo?
No anotándose a perdedor. La causa de las derrotas
opositoras no está en el sistema que las registra sino en el programa que
proponen. Lo traduje del inglés para ponerlo a disposición de todo el que
quiera fracasar en política y en todo lo demás. Anótelo cuidadosamente: 1) Privatización de la industria del petróleo
y del gas 2) Privatización masiva de bienes, empresas y servicios públicos 3)
Aplicación prioritaria de los fondos así obtenidos para el pago de la Deuda
Pública 4) Reforma de la Ley Orgánica del Trabajo para “flexibilizar” la fuerza
laboral 5) Eliminación del actual sistema de pensiones por “incosteable” 6) privatización
de la Educación mediante “vouchers” o bonos que el Estado entregaría a los
padres de los alumnos para que paguen matrículas 7) Uso libre de todo tipo de
divisas 8) Eliminación de cuerpos del Ejército como la Milicia, y sujeción a
las normas de la “política hemisférica” de
Estados Unidos. Esta sujeción se traduciría, como ha ocurrido en
Colombia, Ecuador, Perú, Argentina y muchos países centroamericanos y
caribeños, en la instauración en nuestro
territorio de un cinturón de bases militares y de unidades del ejército
estadounidense, pretendidamente inmunes a nuestras leyes y tribunales, como ya
pretenden serlo numerosas empresas de capital extranjero.
Este programa sólo puede ser aplicado con Golpe de Estado. Decidió la derrota en las pasadas elecciones, y decidirá el fracaso de quienes lo adopten en todas las venideras.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO.