Luis Britto García
Anécdota, Debate, Forma
La ficción
narrativa es considerada obra maestra cuando, mediante una anécdota particular, plantea un debate que ocupa la atención universal y la expresa con la forma más adecuada al fondo.
Ensayo sin
ejemplos es como narración sin personajes. Se podría confirmar esta intuición examinando
tres obras universalmente acogidas como magistrales: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, La Tragedia del Príncipe
Hamlet, y Ulysses, de James Joyce.
El debate: autoridad contra realidad
experimental
Y vamos con el Ingenioso Hidalgo. Para 1604, fecha de
la primera edición del Quijote,
España aún acata oficialmente la ideología del Concilio de Trento (1545-1563),
vale decir, de la Contrarreforma. Frente a protestantes que sostenían que cada
quien podía interpretar la Biblia de acuerdo con su conciencia, los
eclesiásticos reunidos en Trento afirman que la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana es dueña de la única interpretación legítima, y que ésta puede imponerse
mediante la abrumación sensorial de la estética del Barroco. Algún tiempo
después, en su Novus Organum (1620),
Francis Bacon sistematiza algo que estaba en el ambiente desde el Renacimiento:
los principios del método científico
experimental. La controversia, más que entre reformadores y católicos, se
planteaba entre estética barroca y método científico como vías hacia el
conocimiento.
Esta divergencia conceptual planteaba angustiosa
disyuntiva en la manera de comprender el mundo. La estética barroca, consagrada
por el Concilio de Trento, postulaba una España Imperial en vías de regir el
orbe mediante una monarquía universal. Tal era el proyecto que el consejero
Mercurino de Gattinara propuso al joven Carlos V al asumir éste el trono
español y la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero en la realidad
experimental, la hegemonía española había sido quebrantada por perpetuas
guerras con Francia, Inglaterra, Italia, Holanda y los musulmanes, e iniciado
su crepúsculo desde la derrota de la Invencible Armada en 1688. Las riquezas
robadas a América habían sido dilapidadas en comprar mercancías al resto de
Europa: el opulento imperio se hundía en la miseria.
La anécdota: la locura de Alonso Quijano
Precisar estas polaridades en el ensayo era más que peligroso
en la Iberia de Inquisición, censura de publicaciones y discriminación religiosa. Miguel de Cervantes
Saavedra eligió expresarlas de forma alegórica, a manera de fábula de la cual
cada quien puede extraer conclusiones. El
método de exposición del Quijote es el de la credulidad de un alienado refutada
por los restantes personajes y por el mismo lector. Pero la locura quijotesca
es creer en Imperios, ejércitos y caballeros andantes imaginarios: en una Edad
Media que sólo existió en las novelas de caballerías y en la prepotencia
absolutista. Al igual que la España de la época, Don Quijote se imagina
imbatible pero escapa a duras penas de
palizas como el desastre de la Armada Invencible. Las derrotas del Ingenioso
Hidalgo y las de España son los triunfos de la realidad experimental. El pícaro
Alonso Quijano se engaña a sí mismo tratando de cubrir con armas estrafalarias
e ilusiones quiméricas su decrepitud.
La
forma: el diálogo entre autoridad y experimentación
Cervantes elige la forma más adecuada para exponer
este dilema: el diálogo. El Ingenioso Hidalgo intenta su primera salida
solitario. En otro sitio he señalado que en tal situación todo le ocurre pero
nada le pasa: el soliloquio de un enajenado puede hacerse tedioso. En la
polémica entre fantasía y realidad
experimental, ésta debe tener su defensor. El Caballero regresa a su aldea para
proveerse, más que de un escudero, de un interlocutor. Desde entonces, cada
nueva peripecia es examinada desde los antagónicos puntos de vista de la
imaginación barroca y del realismo experimental. Sin saberlo, el Ingenioso
Hidalgo cursa el arduo camino del método científico. Ante una edificación,
caben dos hipótesis; la fantasía barroca la tilda de castillo, el realismo de
venta de arrieros. La disyuntiva es resuelta mediante la experimentación –pedir
posada- y el resultado: cada aventura termina en tempestad de palos y vejaciones,
que el Quijote atribuye a mala voluntad de un hechicero, y Sancho a la terca
realidad del mundo. No hay método expositivo más adecuado que este contrapunto para la controversia de fondo entre fantasía imperial barroca y realidad experimental.
En tal polémica está inscrita la diatriba manierista sobre
la realidad de lo imaginario y lo imaginario de la realidad. En la Segunda
Parte, Don Quijote y Sancho se saben personajes de un libro, pero reputan como
falsas sus imágenes que deambulan por el plagiado Quijote de Avellaneda, y hacen confesar tal falsedad a un “personaje
Avellaneda” incluido en la Segunda Parte del Quijote legítimo. En la discusión sobre si
la bacía de barbero es o no el invulnerable Yelmo de Mambrino, narra Cervantes
que el Ingenioso Hidalgo le tomó
entre sus manos, indicando socarronamente con esta partícula que indica
masculinidad, que la contradictoria
bacía bien pudiera ser yelmo. La novela del Quijote incluye a su vez otras novelas,
pastoriles o sentimentales; hay también delirios dentro del delirio, como el de
la Cueva de Montesinos. Al final de la Segunda Parte, anima Sancho al Alonso
Quijano que ha recuperado la razón a volver al camino en busca de quimeras.
Parecen las paradojas de la Teoría de la Relatividad o de la física cuántica:
el mundo de la realidad experimental parecería no ser inmune al de los
contrasentidos subjetivistas. Pero en ese preciso punto termina el relato.
Alonso Quijano cuerdo no suscita el menor interés, como tampoco la monótona
realidad de la que Sancho quiere escapar incitándolo a nuevas aventuras.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO