Luis Britto García
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La imagen de Oscar Wilde se confunde con la de un
esteticista dandy irlandés aficionado a las frases ingeniosas, condenado en un desdichado juicio sobre sus
preferencias sentimentales. Algunos recuerdan El
retrato de Dorian Gray, su demoníaca novela sobre una imagen que acumula
los rasgos de degeneración física y moral de los cuales queda mágicamente
exento su modelo. Pocos saben que era socialista, y que defendió la causa
colectiva de la humanidad bajo el contradictorio estandarte del Individualismo.
En su medular ensayo de 1891 El alma del
hombre bajo el socialismo resuelve magistralmente las antinomias que tal empresa suscita, alegando que “la
principal ventaja que resultaría del establecimiento del Socialismo es,
indudablemente, el hecho de que el Socialismo nos libraría de la sórdida
necesidad de vivir para los otros que, en el presente estado de cosas, presiona
tan duramente sobre casi todo el mundo” (https://www.marxists.org/reference/archive/wilde-oscar/soul-man/).
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La argumentación de nuestro dandy parte de
la base económica. Es un lugar común de las más diversas tendencias la
idolatría hacia el trabajo. Pero existen dos tipos de labor. Según Wilde, “Mucha gente, en el presente, a raíz de la existencia de propiedad
privada, puede desarrollar un muy limitado Individualismo. Son los que no
necesitan trabajar para vivir, o pueden elegir la esfera de actividad que
realmente se aviene a su personalidad y les brinda placer. Son los
poetas, los filósofos, los hombres de ciencia; en una palabra, los
hombres auténticos, los hombres que se han realizado, y con los que la
Humanidad entera logra una parcial realización”. Argumenta Wilde que “hombres con medios privados
propios, tales como Byron, Shelley, Browning, Víctor Hugo, Baudelaire y
otros, han podido, en forma más o menos completa, realizar sus
personalidades. Ninguno de estos hombres dio un solo día de su trabajo por un salario.
Pudieron librarse de la pobreza”.
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Por otra parte “Hay en cambio mucha gente que, sin propiedad
privada y estando siempre al borde del hambre, se ve obligada a hacer el
trabajo de bestias de carga, tareas que nada tienen que ver con ellos y a
las cuales se ven forzados por la perentoria, irracional, degradante
tiranía de la necesidad. Estos son los pobres; no hay gracia en sus
maneras ni en sus palabras, ni educación, cultura o refinamiento en sus
placeres, ni gozo por la vida.”
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Sobre esta labor
alienada señala nuestro irlandés que “No hay nada necesariamente
significativo en la tarea manual, y la mayor parte de la misma es absolutamente
degradante. Es mental y moralmente ofensivo para el hombre hacer algo en
lo que no encuentra placer, y muchas formas de actividad no brindan
absolutamente ningún placer. Barrer una plazoleta enfangada durante ocho
horas al día cuando sopla el viento este, es una actividad repulsiva.
Barrerla con dignidad mental, moral o física me parece algo imposible. Barrerla
con alegría me parecería sobrecogedor. El hombre se hizo para algo mejor
que para remover la suciedad. Todo trabajo de ese tipo debiera efectuarse
con máquinas”.
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¿Podía parecer
utópico, fantasioso, irrealizable este pronunciamiento en 1891? Hoy en día
resulta obvio, así como lo es su consecuencia: “Y no tengo dudas que se hará.
Hasta este momento el hombre ha sido, hasta cierto punto, el esclavo de
la máquina, y hay algo trágico en el hecho de que tan pronto un hombre inventa
una máquina para que realice su trabajo, él comienza a pasar hambre.
Naturalmente, este es el resultado de nuestro sistema de propiedad y
nuestro sistema de competencia. Un hombre posee la máquina que hace el
trabajo de quinientos hombres. Quinientos hombres son, por consiguiente,
echados de su trabajo, y sin trabajo sufren hambre y se dedican a robar.
Un hombre se asegura el producto de la máquina y la mantiene, y tiene
quinientas veces más de lo que debiera tener y probablemente, aunque no
tenga realmente importancia, mucho más de lo que él puede necesitar.”
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El esteta deviene visionario. Un siglo después, no son
quinientos los hombres echados de su trabajo por las máquinas: éstas amenazan
con suplantar a la humanidad entera. Wilde sugiere el remedio: “Si esa máquina
perteneciera a todos, todos se beneficiarían con ella. Proporcionaría una
enorme ventaja a la comunidad. Todo trabajo no intelectual, toda tarea
monótona, aburrida, toda tarea relacionada con cosas feas que implique
condiciones desagradables, debiera hacerse con máquinas. Las máquinas debieran
trabajar por nosotros en las minas de carbón, encargarse de los servicios
sanitarios, del fogueo en los
barcos, de limpiar las calles, llevar mensajes en días de lluvia, y hacer
cualquier cosa tediosa o deprimente. En la actualidad, la máquina compite
con el hombre. Bajo condiciones favorables, la máquina servirá al hombre.”(…)
“El futuro del mundo depende de la esclavitud mecánica, de la esclavitud de la
máquina”. Siempre y cuando, como exige nuestro irlandés, “esa máquina
perteneciera a todos”. Pues “El objetivo adecuado es tratar de
reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”.
Ya que “El Socialismo,
el Comunismo, o como uno quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en
riqueza pública, y al reemplazar la competencia por la cooperación, restituirá
a la sociedad su condición de organismo sano, y asegurará el bienestar
material de cada miembro de la comunidad”.
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Pero, ¿qué será
entonces de la humanidad?: “No existe ninguna duda de que éste es el futuro de
la máquina, y así como los árboles crecen mientras el campesino duerme,
de la misma manera, las máquinas se encargarán de todo el trabajo
necesario y desagradable mientras la Humanidad se divierte, o goza con un
descanso cultivado -que ésa es la finalidad del hombre, y no la tarea-, o
haciendo hermosas cosas, o leyéndolas, o simplemente contemplando el
mundo con admiración y delicia”.
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Concluye, no el poeta, sino el pensador: “¿Es esto utópico? Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece ni mirarse pues deja fuera el país en el que la Humanidad está siempre desembarcando. Y al desembarcar allí la Humanidad y ver un país mejor, vuelve a poner proa hacia ella. El progreso es la realización de las utopías.”