Luis Britto García
Resumamos el caso a ser estudiado todos los agostos y preferiblemente todos los días de la vida, mientras ésta perdure.
En la mitología
griega, el titán Prometeo entrega el fuego a los humanos, por lo cual Zeus lo
encadena y lo condena a que sus vísceras sean eternamente devoradas por un ave.
El brillante y
progresista físico Robert Openheimer por encargo del complejo militar
industrial de Estados Unidos crea una
bomba capaz de incinerar ciudades. Calcinadas las dos primeras, se pronuncia contra la
construcción de armas más destructivas, aboga por un acuerdo para impedir su
proliferación, y el gobierno lo despoja de su credencial de seguridad,
impidiéndole por siempre todo acceso a
las investigaciones de su especialidad.
Prometeo es
alegoría de lo que los antropólogos llaman héroes culturales: los inventores de
civilizaciones. El ave, según unos un águila, según otros un buitre, es emblema
de aquellos incapaces de crear cultura, que viven devorando a quien la genera y
matando de hambre al resto.
Los mitos se
repiten eternamente; tenemos la eternidad para aprender de ellos.
No hay más Dios que quien enciende la llama del conocimiento.
Lo único Divino del hombre es la chispa que alumbra lo desconocido.
Las ideas son la
fuerza más poderosa, porque iluminan la forma de constituir y operar el poder.
Las
civilizaciones son pensamientos
materializados.
Intelectual es
quien usa la prominencia obtenida en la
generación de ideas para intervenir en el debate público.
Idea es
intelección viviente; el ave de rapiña devora al pensador y se aprovecha de
ella porque es incapaz de crearla.
A cada quien su
embriaguez: la del intelectual, ver como su pensamiento mueve voluntades.
Dos atroces
rasgos tienen los efectos del conocimiento: que son impredecibles, y que son
predecibles.
Trabajar con
ideas es tener conciencia de esta dualidad, que
convierte la vida en encrucijada.
María Sklodowska
de Curie no podía predecir que su
descubrimiento de los elementos radioactivos le causaría cáncer. Robert
Oppenheimer sabía que la atroz arma que confeccionaba destruiría ciudades y que
sus cómplices la perfeccionarían para hacerla capaz de destruir la tierra.
Peca Prometeo
por acción al entregar el fuego a quienes lo usarán para el mal y por omisión
al callar ante su uso pervertido: todo el que juega a Prometeo pone sus vísceras
en riesgo.
Situémonos un
instante al lado del Titán encadenado, del ave que cotidianamente devora sus entrañas.
Dispensemos el
lado demoníaco de Prometeo: es él quien nos convierte en humanos al entregarnos
el fuego.
Su llama podría devolvernos a las cavernas, pero sin
ella estaríamos todavía en ellas.
De las manos de
Leonardo surgen el Cielo y el Infierno.
Se gestan de manera perpetua las ideas, y nadie
sabe cuál es la que clausurará el mundo.
Einstein
escribió una carta al Presidente de Estados Unidos afirmando que los alemanes
preparaban un arma capaz de desintegrar ciudades, e instándolo a construir más
pronto otra, para los cual lo urgía a controlar los yacimientos disponibles de
uranio.
La única excusa
del dador del fuego o de la extinción masiva consiste en que si no lo hace él,
otro lo hará.
Pero la excusa
del otro es la misma, y así todos devenimos demonios.
Pues siempre en
el espíritu prometeico hay algo demoníaco, siempre dudaremos y dudará él de su
arrepentimiento.
Prometeo
claudicante siempre encontrará cómo venderse a quienes explotan su fuego.
Werner von Braun, que asestó contra las ciudades inglesas sus bombas V1 y V2,
terminó dirigiendo el programa espacial de Estados Unidos. Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich que con sus
campos de millones de trabajadores esclavos prolongó más de dos años la Segunda
Guerra Mundial, a fuerza de golpes de pecho fue el único jerarca nazi que purgó
condena comparativamente leve y sobrevivió para llevar una vida feliz bien
acompañado.
Santos Dumont,
el verdadero inventor del aeroplano, se suicidó cuando supo que su invención
era empleada para bombardear Rio Grande do Sul.
Calvario
ejemplar el de Oppenheimer al recibir cada noche la visita de doscientas mil
almas de no combatientes incineradas por
el fuego de su intelecto.
Siempre las
relaciones son difíciles entre Prometeo y el Poder que su fuego desencadena, el
cual sólo se siente seguro encadenándolo todo.
En lo profundo
del alma de Prometeo está la soberbia: la que lleva a Adán a probar la fruta
del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, impide a Giordano Bruno abjurar ante la
hoguera de su doctrina de los infinitos mundos habitados, mueve a Galileo a
murmurar para sí mismo “Eppur si muove” ante el tazón de plomo fundido. Molesta
virtud, sin la cual no seríamos hombres,
sino ovejas.
Prometeos tranquilos
como Charles Darwin incendian el mundo desde un refugio campestre. Iracundos,
como Marx y Engels, lo inflaman desde una
buhardilla londinense. Lo que llamamos
Historia Universal, en cuanto constante revolución de la existencia, no es más que crónica prometeica.
No debe sentirse
tranquilo quien en lugar de jugar con átomos lo hace con palabras o ideas. Un solo adjetivo logra que América sea
Nuestra, una sola figura retórica potencia
las armas de la crítica como Crítica de las Armas.
El crimen por el
cual es condenado el Titán no es tanto la
invención del fuego, sino intentar ponerlo a disposición de la totalidad
de los humanos para que decidan su manejo.
Todo iba bien
con Oppenheimer hasta que decidió que no se debían construir bombas más
poderosas, hasta que propuso una organización internacional para que el género
humano evitara ser destruido por ellas.
Todo Prometeo
atrae buitres disfrazados de herederos.
Tormento de
Prometeo recibir a cambio del fuego devoradores
de vísceras. Tormento de los buitres que no sabrían subsistir sino devorando entrañas ajenas.
Ahora
Prometeo no sólo entrega a los humanos
el poder de destruirse, sino también el de crear seres artificiales conscientes
destinados a suplantarnos.
Pesado insomnio
el de Prometeo. Profundo sueño el de los poderes fácticos que creen dominar a
los hombres devorándolos.
“Tengo sangre en
las manos”, dice Oppenheimer a Harry S. Truman. “Él no arrojó la bomba, fui
yo”, dice el Presidente.
La prisión de
Prometeo es la de nosotros y su
liberación la de todos.
Mirémonos las
manos constantemente.