CIUDAD CARACAS CCS
abr 05, 2015 0
Gerónimo Pérez Rescaniére:
VELA DE ARMAS
Yo vi puesta esta novela junto con otros libros en la acera
del teatro París, cerca de la puerta. Eran de un buhonero, eran los años en que el
Departamento de Teatro del Inciba, colocado en manos de José Ignacio Cabrujas,
alquiló ese teatro y se produjo una suerte de edad de oro del ambiente, con
Armando Gota a cada rato y Nicolás Curiel y José Antonio Gutiérrez, que se
indignaba de que lo llamaran Telaraña pero todo el mundo le decía así.
Ahí recibió García Márquez el Premio Rómulo Gallegos y allí
compré la novela de
un tipo famoso porque en la función privada de la película
Ubú Rey le había pegado
subrepticiamente a Gonzalo Barrios en la espalda –sentándose
previamente en el puesto de detrás del ocupado por el líder adeco- un papelito
que decía “Ubú”. El que conoce Ubú Rey sabe lo que aquello significaba. En el
cocktail que vino después de la película anduvo Gonzalo con esta identificación
hasta que un alma caritativa se la quitó.
ESTA SUPUESTA VERDAD
Lourdes Manrique ha escrito en el prólogo a la edición de
Rajatabla de la
Universidad Bolivariana, más exactamente la edición de José
Gregorio Linares: “Algo que
no puede pasar desapercibido en la obra ficcional de Luis
Britto, es su aspecto filosófico. Este texto es muestra de ello. Una supuesta
verdad, entendida como orden, ley, es cuestionada, puesta en entredicho,
subvirtiéndola. Recordemos a Nietzsche, en quien la supuesta verdad es
cuestionada porque habría más verdad en lo que esa supuesta verdad llama
mentira. Recordemos a Michel Foucault, en quien la supuesta “verdad” no solo
tiene presencia para amurallar una posibilidad artística creadora sino además
para entronizar un poder. Esta supuesta verdad está ligada a los sistemas de
poder que la producen y buscan sustento instaurándola en la mente de los
individuos de una sociedad”.
Sí, hay dinamitamiento de verdades establecidas en esta
novela que se resiste a serlo. En
una página hay anarquía vívida, en la siguiente biografías,
en otra comentario desordenado al desorden, Manrique encuentra en Britto una
Poética del desconcierto:
“Yo, el gran desordenado, que voy mal disponiendo todas las
cosas de la vida, hasta las comas, hasta los adjetivos, hasta los recuerdos,
hasta los importantes papeles que debían
recordarme de esto o de lo otro, hasta las medicinas que
debían curarme de tal o cual
enfermedad que me dio sin concierto y a contratiempo y
durante la cual me bebí las
inyectables y me inyecté las bebibles y las pastillas las
perdí y los untos los usé de pasta de dientes y quien sabe qué más.
Yo, el gran olvidadizo de las direcciones que nunca aviso
por teléfono que voy, o
que aviso y no voy después o ligo las llamadas y oigo lo que
no debo o me oyen quienes no debieran o peor aun a veces me ligo con personas
que llamaron hace meses o intercepto llamadas que no se harán sino dentro de
años y la bocina hace pííípííí y quedo desconcertado”.
Jorge Luis Borges se definió como “un anarquista tranquilo”,
este Luis Britto García
es varios anarquistas. Dinamita conspiraciones de una
Comisión de la OEA
sustanciadora de intervenciones imperiales en nombre de los derechos humanos,
también (en un texto sensacional: “Guaicaipuro Cuatemoc cobra la deuda a Europa”)
los supuestos derechos de la Banca Internacional a cobrarnos deudas contraídas
por presidentes traidores a la
Patria, rompió la máscara de los candidatos presidenciales
escuálidos y preescuálidos. Y cambia, rompe y terremotea las estructuras
narrativas.
Eduardo Galeano habló de genio en la concepción y maestría
en la ejecución
literaria de Britto (con palabras levemente distintas),
Salvador Garmendia comentó
Rajatabla como “un prodigio literario”, pero Seymour Menton
se fue más allá al señalar
que “el tono de la narrativa de los años setenta lo marca el
venezolano Luis Britto García”.
Con eso estaba tocando un punto sumamente serio del conato
de Luis, algo que tiene que ver con la gran cultura literaria y general que lo
apoya: hay una audacia con autoridad en cada libro suyo. Menton se refiere nada
menos que al momento de emergencia del postboom, a obras que están apareciendo
en reto -deseado o no, da lo mismo- a la literatura más importante aparecida
jamás en la América
española y la mejor del mundo en aquel momento: Cien años de soledad, Rayuela,
La ciudad y los perros, y, anteriores en algunas décadas, las de Borges y Juan
Rulfo. Ante eso, Rajatabla ocupa un
espacio privilegiado en la sensibilidad, muchos cargaban la modestísima
impresión de Ediciones Bárbara en el bolsillo y sacaban de ella una realidad
más ancha. Igual, aunque menos famosamente, sucedió con Vela de Armas. Anchura.
La vida se volvió paradojal e inteligente y tú eres inteligente y de ahora en
adelante te asaltará lo insospechado, te llegará la ruptura del tiempo
sucedida, puede ser que tengas paralelos de acción mientras almuerzas, mientras
te sacan una muela. Eres más libre.
LAS RUEDAS SON LAS DEL MUNDO REAL
“Y así en millones de casos venía a producirse un caos que
obedecía a ciertas leyes
de armonía aplicables a otro orden de la vida”.
Audaz y fuerte la idea. No es un mundo sin leyes, las tiene
pero pertenecientes a otros. Por eso la realidad que transita los próximos
párrafos está trabajada por algo equivalente a lo que propuso Bertolt Brecht
como fórmula para crear un drama: “lance una llave inglesa entre las ruedas
dentadas”. Las ruedas son las del mundo real.
“Entre los escribientes había escándalos, se revolvían
libros con alarma, había
documentos sobre terrenos que cambiaban de forma y cuyos
linderos eran adyacentes a los de fundos no contiguos, otros que comprendían
planos que figuraban partes innominables del cuerpo humano, se temían litigios
entre propietarios de inmuebles que se interpenetraban y eran distintos a pesar
de estar en el mismo sitio y en la misma época, se había intentado registrar
títulos de propiedad sobre fluyentes franjas de vapor de agua, sobre las
corrientes oceánicas, sobre el color de la ictericia, sobre el retardo en los expedientes,
sobre el polvo que cayó en un informe extraviado durante la sesión ordinaria de
la Cámara de
Diputados que tuvo lugar el veintidós de abril de mil novecientos treinta y ocho”.
En todo lo que sigue hay rigor, un rigor loco, si se quiere,
una luz que sucedió hace tiempo, como verbaliza el mismo Britto:
“…El zumbido era casi musical, aunque a veces se dilataba en
un inexplicable
silencio que me producía modorra. En eso, comenzaron a
correr los segundos para el
vencimiento del comprobante…/…Caminé hacia otra taquilla y
esperé. El sello había sido estampado en tinta azul y consistía en un dibujo
obsceno. Otra mano me hizo una señal, me aproximé, pagué el derecho, presenté
la cédula, firmé la solicitud, entregué el comprobante, inutilicé la
estampilla, y vi cómo la taquilla se cerraba, dejando dentro todos mis papeles.
Esperé hasta que, tras la ventanilla, creí oir un cacareo. Trabajosamente, me
alcé sobre el tabique y no vi a nadie. Un policía me informó que aquella
taquilla jamás había funcionado. Entré a la oficina de al lado. El sol caía
sobre archivos vacíos; en algunas gavetas habían quedado encerradas rayas de
claridad que se conservaban a pesar de que la iluminación había cambiado de
dirección; en el fondo de los cajones de latón, hebras de un amarillo casi transparente
delataban los cadáveres de las luces de días anteriores”.
Esto es Vela de armas,
tregua de una guerrilla derrotada, que espera, que se adoba con violencia de pensamiento.
Han dicho marcar el tono, ejecución magistral, prodigio
literario, Poética del desconcierto, yo digo que creación es trabajo udaz de Dios.
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