1
Tiempo hace que intento mediar en los amores contrariados de los objetos
de la casa. El microondas no se lleva bien con la cocina de gas, por celos. Hay
un calentador eléctrico refugiado en un
closet del baño porque su calidez lo alejó de la nevera. La diferencia de
edades separa a la impresora de la nueva
computadora. La divergencia de ideologías hace que los libros no se hablen.
Tantos artefactos se dañan porque rompe sus corazones el desgaste de la
convivencia. Quien encuentra la casa
vacía injustamente culpa a los ladrones. Muchas veces los muebles se escapan en
masa, huyendo de sus pasiones difuntas, sin otro destino que los barrancos.
2
El amor nos gobierna, pero es difícil amar al gobierno. Nada más matapasiones que la obligación de
hacer colas infinitas periódicamente para renovar un papel inútil como el RIF.
Mucho peor que la bruja de Blancanieves es la manzana envenenada del registro de Sencamer, otro papel que nadie ha
podido saber jamás para qué sirve,. El día que la mataron, Rosita estaba de
suerte: de tres tiros que le echaron,
ninguno requería renovar partida de nacimiento, título de manejar o llenar
formulario en página web que no abre nunca.
Como en las grandes tragedias, el enamorado persigue un objeto del deseo
que cambia constantemente de residencia o de requisitos caprichosos. Mientras
más complicado el trámite, más breve la fecha en que su amor caduca. Los amores contrariados terminan como los de
Romeo y Julieta, o los de tantos gobiernos derrocados por sus matavotos.
3
Pocos amores tan contrariados como el del caraqueño que ama a su ciudad.
Imposible resulta llegar al corazón de la urbe por la congestión que a todas
horas afecta las arterias principales. Peor que dormir con una novia con cara embadurnada de cold cream y rodajas de
pepino es convivir con una ciudad con rostro enmascarado de vallas
publicitarias. Para el suspirante es un rompecabezas adivinar los pensamientos
de su idolatrada, para el caraqueño un laberinto encontrar una dirección en una
ciudad sin rótulos ni carteles, donde calles y casas en vez de números tienen
nombres cursis. Nunca podrá el caraqueño decir me gustas cuando callas, porque
su capital hace ruido a todas horas. Así como el amor es intermitente, la
ciudad corta el agua o la luz a
capricho. Atormentan al amante los rumores sobre su ídolo, y al caraqueño las
historias de que dentro de poco nos toca otro terremoto, de que el Ávila es un
volcán que hará erupción, de que una ola gigantesca lo sobrepasará para
ahogarnos. En vano intenta el caraqueño abandonar a su adorado tormento en
Navidad o Semana Santa: al poco tiempo
está de vuelta, escarmentado. No se puede vivir ni con ella ni sin ella.
4
Huye el Amor de las salas de los Estados Mayores. Fue expulsado de las Bolsas de Valores. Nadie quiere a Amor
en las fábricas de armamentos y por Amor nada hacen las burocracias. Al
pasaporte de Amor nadie le otorga visa, ni lo cubren los indultos que libertan
criminales. Mucho hablan de Amor quienes menos lo practican. Amor huye de altares y
papeles sellados. Amor vive escondido en las miradas y en las sábanas.
Todos los que lo aborrecen le deben su existencia.
5
Poco a poco nos dejan nuestros amores en el absoluto desamparo. Se
fueron los caballitos del parque de diversiones a saltar en praderas de cartón
pintado. Nos abandonaron los trenes de cuerda con rumbo a quién sabe cuál
relojería. Los aviones de papel levantaron vuelo y tras alguna nube enamoran a los papagayos. Zarparon los
barquitos de papel buscando la catarata que los convierta en pajaritas. La
pistola de agua que jamás asesinó a nadie nos dejó solos durante el último
aguacero y ahora anda ahogando los recuerdos.
(FOTO/TEXTO: Luis Britto)
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